Kloaka-(30 años) forever !
Testimonio de Mario Wong, narrador de la generación del 80.
En la foto: José Alberto Velarde, miembro de Kloaka, y Mario Wong, autor de la nota, el 2 de julio del 2012 en el Barrio Latino de París.
... «una leona ha parido en medio de la calle, y
las tumbas se han abierto y vomitado a
sus difuntos. Guerreros feroces combaten
entre las nubes en filas en exacta formación»
J. A. Mazzotti
«dans le cercle vertigineux de l’éternel retour l’image meurt inmédiatement»
D. Campana (*)
In memoriam Ricardo Quesada
Los poetas modernos han tenido, desde siempre, una actitud de vanguardia; ha sido una cuestión vital para ellos, como lo es la creación poética misma. «Être toujours moderne!», escribiría Arthur Rimbaud. Una actitud vanguardista frente a la vida misma; en esto, en la poesía peruana –más allá de las diferencias generacionales– hay ciertas constantes (sobre todo, en los de las décadas del 70-80), como si el mito de la modernidad literaria, en sus expresiones poéticas, se hubiese prolongado hasta sus últimos estertores. En los 80-90 otro es el panorama.
La crisis sistémica y sus manifestaciones violentistas, a nivel político, con la irrupción de SL, el MRTA y el inicio de la «guerra sucia» (tal vez, al comienzo de su accionar permanecía, aún, la «ilusión heroica» del cambio revolucionario), fue como un baldazo de agua fría para las nuevas hornadas de poetas. El fenómeno es complejo, atrayente, como que rechaza las explicaciones determinísticas, pero no voy ha ocuparme de esto en el presente artículo, que es una suerte de homenaje a Kloaka.
El movimiento artistico Kloaka, que surgiese a comienzos de los 80, asume, de alguna forma, esa actitud «avantgardiste»; pero, en su meteórica existencia, en la búsqueda expresiva de la «beauté sauvage» y espontánea, se manifiestan ya, como si de el canto del cisne se tratase, el fin de una generación que todavía creía en el mito de la modernidad. Sin embargo, pienso, es la postura «anarquista-underground» la que prima (ahí están el performance en «La Catedral», un bar de aserrín y colillas de la Plaza Unión, con travestis, Kolarock, Durazno Sangrando, etc.; el recital en el Auditorio Miraflores; las lecturas y volanteos, se me aparece el poeta R. Q., repartiendo sus fanzines en el Boulevard Quilca, con el grupo Del Pueblo, y toda su iconografía). Y ahí, en ese momento, en la desestructuración y el desarraigo, y en el desencanto generacional, empiezan ya a manifestarse otras cosas a nivel de la creación poética. Intentaré precisar esto.
Ya de por sí la situación –de caos, de violencia política, de crisis económica y miseria social por la que atravesaba el país (sin encontrar una salida)– era «cloaca»; como si se hubiesen desembocado los jinetes del Apocalipsis. Los miembros del movimiento –José Alberto Velarde, Edián Novoa, Domingo de Ramos, Mary Soto, Roger Santivañez, Mariela Dreyfus, Guillermo Gutiérrez, Julio Heredia, Carlos Enrique Polanco– la asumían como experiencia vital creativa. Creo que lo que atraía del arte de las vanguardias a Kloaka (dadaísmo, surrealismo, nadaísmo y otros movimientos «infrarrealistas» o «real-visceralistas» latinoamericanos), en sus expresiones grupales (una suerte de «comunidad poética imaginada», libre) y creativas eran las posibilidades rupturistas y/o de relativización y parodia del sistema de representación político-social, en general, y de la institucionalidad artístico-literaria, en forma más específica. Esto, en su crítica de la burocratización partidaria (sobre todo, de las organizaciones de la izquierda peruana) y en la postura «heterodoxa» de ruptura artística y de desacralización de la obra, en lo que correspondía al canon artístico-literario (del arte como institución en sí, y del lugar o lugares que ocupa la obra artístico-literaria), aún podía aparecer, e interpretarse, como manifestaciones «post-mayo 68». Se ubica para mí, en forma más precisa, entre dos periodos.
Con la crisis de representación política se asistió a una pérdida de sentido, a una desvalorización de todos los principios que habían regido la vida social. Así, el caos y la destrucción violentista devinieron en una fatalidad. Tensionado por fuerzas extremas, en un conflicto que no tenía tregua ni solución mediata, el país se incendió. Los artistas y poetas contribuyeron, de una forma u otra (hasta en la aparente pasividad de algunos), a que el fuego se expandiese, como si estuviesen fascinados por la desaparición y la nada. El «néant éternel» (1) como forma extrema del nihilismo, según Nietzsche, ejerció su atracción fatal; era nuestro destino, un deber fatal del arte y la poesía, acorde con el espíritu de negación. Paradójicamente, ahí, al borde del abismo (en que aparecen las visiones más terribles de la realidad) –con esa vocación parricida, iconoclasta que caracteriza la estética vanguardista y neovanguardista–, se manifiesta (en un exceso vital) la creación artística y literaria.
Aparece el carácter catastrófico del capitalismo periférico –en sus manifestaciones «postmodernas»– en todas sus contradicciones; la recurrencia destructiva en todas las pulsiones mortíferas que lo atraviesan; el fin del mito del progreso sin límites. Ahí está el conflicto entre lo racional y lo arcaico; pero lo originario, lo arcaico, lo «regresivo» es inherente a dicho proceso, pone en cuestión (por la presencia de lo mítico) la separación racionalista del objeto y del sujeto (de la teoría kantiana del conocimiento y el gusto estético); y hace que afloren las fuerzas más irracionales y represivas que actúan, estas últimas, en lo que someten (a la nación quechua sumergida, dominada, acallada, por la que luchase el escritor J. M. Arguedas). Memoria & olvido: «recuerdo que no me acuerdo de nada y para mí, sin embargo, ese es el recuerdo más fuerte» (2).
La descomposición de las ciudades y del país, todo se hallaba en estado muy avanzado; el conflicto, en su grado extremo, más allá de las heridas profundas que se abrían (y de sus llagas purulentas) producía una tensión eléctrica, explosiva, rupturista y creativa en el arte y la poesía, en sus inicios. Cito: «Escalera del infierno; bajar en las noches por el jirón Belén y el bulevar Quilca es descender al subsuelo –VISITE NUESTROS SUBTERRÁNEOS. Profetas de la violencia; extremismo; Lucifer! Lucifer!, se ha metido en la droga, se ha metido en el trago, Lucifer! El Frontón (300 muertos para erigir la Jerusalem Celeste), Lurigancho, Santa Bárbara; «posesiva de mí, no entiendes de contradicciones». Coche bomba! La Berna y el bonzo (el enmudecimiento total, cuando vio en la pantalla de la TV que un monje budista, en el Vietnam, rociaba su cuerpo con gasolina y se prendía fuego)…
«Los poetas de Kloaka y gente del grupo Del Pueblo, al costado del cine-teatro Colón, leían poemas, tocaban música rock y repartían volantes. Palomeque, el ex-mozo de Las Vitaminas se hallaba parado en la puerta de un callejón, rata mojada bajo el cielo gris de Lima; pastelero spídico, muerto con el último cigarrillo entre los labios –«Si quieren matarme, mátenme!» Le dispararon a quemarropa…» (3), escribiría yo ya en París, años después, para ficcionalizar lo que se vivía, en una ciudad como Lima, en esa época. Recuerdo (ahora que he acabado de transcribir partes de este texto), me viene a la mente la noche que lo leí en «El Averno», a mi regreso al Perú, hace más de dos años; me lo pidieron Piero Bustos, de Del Pueblo, y R. Q. (además de él leyeron esa noche, también, el poeta dandy Frido Martin, Domingo de Ramos, Mary Soto y otros nuevos jóvenes poetas), quien estuvo muy próximo de ese grupo y del Movimiento Kloaka en esos tiempos.
Se trataba de los efectos de la vida misma, en la Lima de los 80; de la «Vida Artística» en sus calles y bares que –como sostiene el escritor argentino Alan Pauls– «es un principio de inmanencia, una especie de campo informe antijerárquico, sin más allá, que lo procesa todo –política, sexualidad, socialidad, territorio– y se define menos por lo que son las cosas que por lo que pueden, menos por valores que por potencias» (4). Y es ahí donde aparecía, en ese entonces, toda la vitalidad de los que pertenecían a este movimiento; y me preguntaba hasta dónde eran capaces de ir, cuál era el límite de su potencialidad. El arte siempre es –como escribiesen Gilles Deleuze y Felix Guattari (5)– una cuestión vital de flujos deseantes, desterritorializaciones, territorializaciones y líneas de fuga para intentar ir más allá, siempre más allá (aunque se nos vaya la vida en ello, y pienso en este instante en el poeta R. Q.), limando los muros del orden establecido; cuestionando los gustos estéticos tradicionales y echando a tierra los prejuicios de la moral impuesta. Pienso, y lo puedo decir ahora, para concluir, que en el movimiento Kloaka la pasión política y la estética seguían articuladas, aún, en un modo de existir, en una inmanencia vital (ahí estan los manifiestos y las entrevistas). Agrego dos acápites:
1.- Desde hace buen tiempo el «establishment» cultural limeño intenta, por todas las formas, «invisibilizar» lo que fue el Movimiento Kloaka; tratan de negar su importancia (más allá de la obra literaria existente de quienes pertenecieron a él), porque escapaba (o no se «ajusta») a una cierta «tradición literaria». Este es un largo y paciente trabajo de olvido y oscurecimiento. Por mencionar, sólo dos ejemplos: recuerdo que, hace ya varios años, cuando estuvo por París Abelardo Sánchez León, asistí a una exposición sobre la poesía, que hizo en la cava de un bar del Barrio Latino, y en ella para nada hizo mención de ninguno de los miembros de este grupo (todo se quedaba en Hora Zero, como que él pertenece a la «generación del 70». Intervine para señalarle su «olvido» y, agregé que el poeta Domingo de Ramos, con «Ósmosis» había merecido recientemente el Copé de Plata). Otro «olvido»: lean la introducción de la antología de los poetas del grupo Neón, ya en los 90, escrita por dos de sus miembros; además del olvido, están los lugares comunes y las complacencias.
2.- Me entero, hace unos pocos días, y esto es mucho más grave (en cuanto concierne a un acto de censura o de «autocensura»), que por presiones mediáticas de Rafael Rey y José Barba, connotados «políticos profesionales» de derecha (uno miembro del Opus Dei, y el otro un transfuga ex-aprista), el responsable cultural de Petroperú tuvo que suspender un acto programado en homenaje por los 30 años de la aparición de ese cometa ebrio que fue Kloaka. Este acto de censura debe ser condenado, sin duda alguna. Expreso aquí mi solidaridad con quienes fuesen miembros de este Movimento.
Mario Wong
Paris, 5 de Julio del 2012.
(*) Escrito en un cuaderno de fecha incierta (anterior a 1916) por Dino Campana, quizás el más grande poeta italiano del siglo XX (en 0pere e Contributi, tomo II, Florencia, 1973, p.1; Cit. de Giorgio Agamben, Image et mémoire: Écrits sur l’image, la danse et le cinéma; en el ensayo «L’image inmémoriale», Éd. Desclée de Brouwer, París, 2004, p. 97).
Notas :
(1) Ver G. Agamben, L’Homme sans contenu, Circe, Clamency, 1996, p. 117.
(2) D. Campana, en el cuaderno señalado, escribe: «ce souvenir qui ne se souvient de rien est le souvenir le plus fort» (cit. por G. Agamben, Image et mémoire, p. 110; la alteración del texto es expresa).
(3) M. Wong, El testamento de la tormenta, Huerga y Fierro Eds., Madrid, 1997, pp. 11-12.
(4) A. Pauls, «La solución Bolaño» in Edmundo F. Paz Soldán y Gustavo Faverón Patriau, Bolaño Salvaje, Ed. Candaya S.L., Barcelona, 2008, p. 329.
(5) Ver de ambos Capitalisme et schizophrénie 1. L’Anti-Oedipe, Éds. de Minuit, París, 1972/1973 y Capitalisme et schizophénie 2. Mille Plateaux, Éds. de Minuit, París, 1980.Ver más