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Escrito por Marco Martos
Con ocasión de la publicación de Pastor de perros, el segundo libro de poesía de Domingo de Ramos, un escritor aparecido en la década del ochenta, Rodrigo Quijano escribió unas palabras que leyó en la presentación y que luego reprodujo la revista Sí en su número 357 del 10 de enero de 1994 y que utilizamos aquí como punto de partida para otras reflexiones.
Dice Quijano que la poesía llamada del sesenta, tuvo, a parte del talento renovador, capacidad para reproducir algunas de las poéticas más importantes del siglo, que los jóvenes poetas del setenta tuvieron un ejercicio de negación y consolidaron un lenguaje. De un modo irónico Quijano recuerda a un poeta que en 1971 decía que su promoción estaba escribiendo la poesía del año dos mil.
Como no podía ser de otro modo, los poetas que aparecen después desean diferenciarse. Uno de estos poetas es Domingo de Ramos. El vate, tanto en sus apariciones públicas y privadas como en su escritura, procura no solamente expresar un espacio poético diferente, el de los barrios verdaderamente marginales, sino que su rebelión alcanza al propio lenguaje. No es sólo la experiencia de los pastores entre los basurales sino el lenguaje que allí se habla de un modo natural.
Domingo Ramos, así se llama el poeta civilmente, es un hombre de estratos populares; haríamos mal en comparar su escritura con la de Guamán Poma, Ramos es un “clérigo”, un universitario que conoce bien los niveles del lenguaje y que opta por expresar no solamente lo marginal temático, sino lo marginal en la estructura misma del lenguaje.
Y así sin proponérselo de deliberadamente, esta poesía entra dentro de una discusión mayor que viene estimulando en los ambientes académicos el profesor Miguel Ángel Huamán. ¿Estamos yendo en el Perú hacia una fragmentación del castellano? ¿Se está creando un lenguaje que podemos llamar “peruano”?
Hasta ahora los lingüistas han llamado peruanismos y de sustrato quechua o aimara. Nadie ha creído que en la Sierra peruana se estaba gestando un nuevo lenguaje distinto al castellano. Huamán viene ahora a sostener teóricamente que es posible que se esté gestando un lenguaje nuevo, una lengua diferente.
Desde mi óptica personal no creo que tal cosa ocurra debido al poder avasallador del castellano en todo el orbe. Las variantes locales o regionales, tienden a ser absorbidas por la lengua general. En una sociedad más coherente, con una educación sostenida, las variantes dialectales tienden a quedar en lo que siempre han sido. Esta habla peruana presuntamente independiente del castellano está mucho más cerca del español que el “spanglish” del inglés o de nuestro idioma.
Un escritor como Domingo de Ramos expresa la marginalidad, sí, pero expresa también y simboliza en Pastor de perros un mundo efímero. Los lectores naturales de éste como de cualquier otro libro de poesía producido en el Perú siguen siendo los de las capas cultivadas. La poesía en el Perú, globalmente considerada, es un arte marginal y exquisito al mismo tiempo. Quienes lo consumen tienen un conocimiento sofisticado de distintos códigos. Y eso vale para leer a Javier Sologuren o a Domingo de Ramos.
Publicado en El Peruano. Lima, jueves 13 de enero de 1994.
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