El poeta español Luis Cernuda es seleccionado por varios escritores entre ellos, el poeta José Hierro quién estuvo en Lima en uno de los Festivales de Literatura de una universidad en Lima, organizado por Jorge Cornejo Polar y que desgraciadamente muerto su principal impulsor dejaron de hacerlo. En aquella ocasión uno de los principales invitados era Hierro poeta español a quien conocimos en una cafetería con una asombrosa calvicie como Koyack y que nos leyó unos buenísimos poemas suyos y que también ilustro sus textos con harto café con unas pinceladas que aún conservo en mi libro donde los publicaron.
Impresión de destierro
Fue la pasada primavera,
Hace ahora casi un año,
En un salón del viejo Temple, en Londres,
Con viejos muebles. Las ventanas daban,
Tras edificios viejos, a lo lejos,
Entre la hierba el gris relámpago del río.
Todo era gris y estaba fatigado
Igual que el iris de una perla enferma.
Eran señores viejos, viejas damas,
En los sombreros plumas polvorientas;
Un susurro de voces allá por los rincones,
Junto a mesas con tulipanes amarillos,
Retratos de familia y teteras vacías.
La sombra que caía
Con un olor a gato,
Despertaba ruidos en cocinas.
Un hombre silencioso estaba
Cerca de mí. Veía
La sombra de su largo perfil algunas veces
Asomarse abstraído al borde de la taza,
Con la misma fatiga
Del muerto que volviera
Desde la tumba a una fiesta mundana.
En los labios de alguno,
Allá por los rincones
Donde los viejos juntos susurraban,
Densa como una lágrima cayendo,
Brotó de pronto una palabra: España.
Un cansancio sin nombre
Rodaba en mi cabeza.
Encendieron las luces. Nos marchamos.
Tras largas escaleras casi a oscuras
Me hallé luego en la calle,
Y a mi lado, al volverme,
Vi otra vez a aquel hombre silencioso,
Que habló indistinto algo
Con acento extranjero,
Un acento de niño en voz envejecida.
Andando me seguía
Como si fuera solo bajo un peso invisible,
Arrastrando la losa de su tumba;
Mas luego se detuvo.
“¿España?”, dijo. “Un nombre.
España ha muerto”. Había
una súbita esquina en la calleja.
Le vi borrarse entre la sombra húmeda.
No podría decir por qué “Impresión de destierro” es mi poema favorito de Luis Cernuda. Tal vez porque es un bello poema, quizá porque tiene coherencia... Simplemente porque me gusta. José HIERRO
1936
Recuérdalo tú y recuérdalo a otros,
Cuando asqueados de la bajeza humana,
Cuando iracundos de la dureza humana:
Este hombre solo, este acto solo, esta fe sola.
Recuérdalo tú y recuérdalo a otros.
En 1961 y en ciudad extraña,
Más de un cuarto de siglo
Después. Trivial la circunstancia,
Forzado tú a pública lectura,
Por ella con aquel hombre conversaste:
Un antiguo soldado
En la Brigada Lincoln.
Veinticinco años hace, este hombre,
Sin conocer tu tierra, para él lejana
Y extraña toda, escogió ir a ella
Y en ella, si la ocasión llegaba, decidió apostar su vida,
Juzgando que la causa allá puesta al tablero
Entonces, digna era
De luchar por la fe que su vida llenaba.
Que aquella causa aparezca perdida,
Nada importa;
Que tantos otros, pretendiendo fe en ella
Sólo atendieran a ellos mismos,
Importa menos.
Lo que importa y nos basta es la fe de uno.
Por eso otra vez hoy la causa te aparece
Como en aquellos días:
Noble y tan digna de luchar por ella.
Y su fe, la fe aquella, él la ha mantenido
A través de los años [...]
Cernuda sigue obsesionado por España en sus últimos años de exiliado. Este poema es una reflexión amarga sobre sus vivencias que combina rechazo y nostalgia. El encuentro con un viejo combatiente le trae el recuerdo de la Guerra Civil, y la ve como una causa digna de la entrega generosa que movió al brigadista. Es la reconciliación con una ilusión derrotada. Escrito en el estilo prosaico que caracterizó la parte final de su obra, es un canto a quienes lo entregaron todo y lo perdieron todo en defensa de algo movidos sólo por una exigencia ética. Es en la derrota donde resplandece con más brillo la grandeza moral de quienes son capaces de redimir con su ejemplo el panorama de indignidad que el desengañado Cernuda contempla en su entorno. áNGEL GONZÁLEZ
Peregrino
¿Volver? Vuelva el que tenga,
Tras largos años, tras un largo viaje,
Cansancio del camino y la codicia
De su tierra, su casa, sus amigos,
Del amor que al regreso fiel le espere.
Mas, ¿tú? ¿Volver? Regresar no piensas,
Sino seguir libre adelante,
Disponible por siempre, mozo o viejo,
Sin hijo que te busque, como a Ulises,
Sin ítaca que aguarde y sin Penélope.
Sigue, sigue adelante y no regreses,
Fiel hasta el fin del camino y tu vida,
No eches de menos un destino más fácil,
Tus pies sobre la tierra antes no hollada,
Tus ojos frente a lo antes nunca visto.
Con el tiempo, algunas de las máscaras de Cernuda me interesan menos: la del crítico de la vida española, la de quien convierte el poema en un ajuste de cuentas. Prefiero al intimista, al amoroso (el apasionado de su juventud y el viejo que intelectualiza su pasión). Cernuda, eterno desterrado, hizo de la poesía no sólo un consuelo de melancólicos, sino una religión, un sacerdocio y un martirio. Pocas veces un escritor ha enseñado, con tanta verdad, el orgullo necesario para un alto destino trágico. En Desolación de la quimera está “Peregrino”, un canto a la fidelidad hacia uno mismo, la aceptación de la fatalidad propia. Siempre me ha parecido el destilado de sabiduría vital de un anciano viajero senequista. CARLOS MARZAL
Las ruinas
Silencio y soledad nutren la hierba
Creciendo oscura y fuerte entre ruinas,
Mientras la golondrina con grito enajenado
Va por el aire vasto, y bajo el viento
Las hojas en las ramas tiemblan vagas
Como al roce de cuerpos invisibles.
Puro, de plata nebulosa, ya levanta
El agudo creciente de la luna
Vertiendo por el campo paz amiga,
Y en esta luz incierta las ruinas de mármol
Son construcciones bellas, musicales,
Que el sueño completó.
Esto es el hombre. Mira
La avenida de tumbas y cipreses, y las calles
Llevando al corazón de la gran plaza
Abierta a un horizonte de colinas:
Todo está igual, aunque una sombra sea
De lo que fue hace siglos, mas sin gente.
Levanta ese titánico acueducto
Arcos rotos y secos por el valle agreste
Adonde el mirto crece con la anémona,
En tanto el agua libre entre los juncos
Pasa con la enigmática elocuencia
De su hermosura que venció a la muerte.
En las tumbas vacías, las urnas sin cenizas,
Conmemoran aún relieves delicados
Muertos que ya no son sino la inmensa muerte
anónima,
Aunque sus prendas leves sobrevivan:
Pomos ya sin perfume, sortijas y joyeles
O el talismán irónico de un sexo poderoso,
Que el trágico desdén del tiempo perdonara.
Las piedras que los pies vivos rozaron
En centurias atrás, aún permanecen
Quietas en su lugar, y las columnas
En la plaza, testigos de las luchas políticas,
Y los altares donde sacrificaron y esperaron,
Y los muros que el placer de los cuerpos
recataban.
Tan sólo ellos no están [...]
En este texto el poeta Cernuda está muy lejos del hombre Cernuda. Olvidados quedan el rencor, el agrio reproche contra casi el resto de la humanidad -que siempre pareció deberle algo-, la airada inventiva y el gesto soberbio. Aquí Cernuda aparta la cortina y mira más allá del entramado social que tanto lo enoja: el hombre deja de ser su vecino para adquirir una dimensión cósmica.
Ha atisbado, como su amado Hülderlin o como el Leopardi de “El infinito”, ese diáfano firmamento que es el vacío. Y esa toma de conciencia no le asusta, porque siente en la emoción que le brinda la noche que es posible ser feliz aun cuando se ha rozado con los dedos la laberíntica flor del sinsentido. Sí, esto es el hombre, y sin embargo, dulce, sagrada y misteriosa cae la noche, y es posible en su pecho descansar la frente. Cernuda se sabe tiempo en el tiempo, y de ese sentimiento de levedad apasionada arranca el noble vuelo de uno de sus poemas más emocionantes, el vuelo puro y generoso de la belleza, la única diosa que se aviene a salvarnos. VICENTE GALLEGO
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