Karen Vila:
¿Tú crees que el odio es un sentimiento necesario?
Domingo de Ramos:
Yo creo que sí, porque también te lleva a no soportar las injusticias. Por ejemplo aquí el peruano no tiene odio, le
es indiferente al odio y confunde las cosas, y
hay tanta tiranías y no se atreve a salir a las calles a manifestar su
repudio su inconformismo y es por eso que le pasa lo que le pasa y no se tira
abajo un sistema, el poder, o a los políticos. Porque después de su pataleta no
tiene un proceso de odio, no agarra las armas para cambiar las cosas y soporta,
soporta y soporta. En ese sentido es pacífico y a la vez no tiene espíritu de
rebeldía, por eso es necesario el odio.
K.V.:
Y este letargo que te atormenta tanto de las personas del país, la has sentido
más en la ciudad ¿?
D.R.:
Sí, porque acá hay una pasividad terrible. El hombre de esta ciudad es muy
pasivo, muy receptivo, más que actuante o tener propuesta, es una frustración
su accionar o su inercia ante las cosas.
K.V.:
Otra cosa es que hay referentes como muy específicos, o lugares como el bar la
Mía Farrow ¿Con qué intención lo plasmas?
D.R.:
Sí, es una cantina que existía en mi barrio ahora en vez del bar hay una
farmacia. Lo puse para testificar, que en ese lugar yo hablo con mi grupo de
amigos militantes hablo de política, no hablamos nada de poesía, y allí
complotábamos contra el poder, contra un alcalde corrupto, y sacábamos
pronunciamiento y volantes entre otras cosas.
K.V.:
También comparas la ciudad con los muslos de alguien, ¿corporalizas mucho la
ciudad?
D.R.:
Sí, la ciudad para mi tiene un sentido femenino. No sé por qué tengo esa
fijación, pero la ciudad la veo como una mujer.
K.V.:
También aparecen espacios como los parques, que esa época eran lugares oscuros?
¿?
D.R.:
Sí, pero no estaban enrejados. El parque era un sitio de libertad, porque
podías hacer el amor ahí, o podías fumar o drogarte o emborracharte y nadie te
molestaba.
K.V.:
¿En algún momento te dirigías a alguien más, como una persona que tiene un
tiempo, que hace algo o un amor frustrado a hacia alguien?
D.R.:
Sí de hecho, pero está entre líneas. Allí encontrarás amores frustrados
deshechos por alguna razón. Para mí también la ciudad le tengo esa sensación, algo que no se acaba
como un gran edificio, como un gran elefante blanco y no se porque, como los
cambios que tiene que haber en esa sociedad pero que no se realizan nunca.
K.V.:
Para ti ¿Cuáles serían las armas para cambiar esta sociedad?
D.R.:
Como poeta creía que la poesía podía cambiar al mundo, pero no. Eso es
imposible. La otra posibilidad es la política. Hacer una política honesta como
decía Mariátegui con hombres y mujeres probos y si no se puede que el mismo
pueblo se levante porque sólo él puede
hacerlo. Pero como poeta no.
K.V.:
El medio de la revolución del Movimiento Kloaka era el amor a la vida como
medio de cambio ¿Eso todos lo tenían en común?
D.R.:
Sí claro era nuestra propuesta en ese tiempo ante la guerra interna, el aparato
del estado que mataba a diestra y siniestra como en el otro bando. En este
fratricidio era vital entonces el amor,
la solidaridad. Pero ese discurso no se pudo dar plasmarse para que el país no
se desangre, porque se alzaba un discurso hegemónico que se enfrentaba al
discurso de los alzados en armas y nuestro discurso aparecía como de unos
hippies no tenía un asidero en la realidad, más sí en las cuestiones mentales,
en lo ideológico. Y ese discurso se va desgastando porque hay una guerra de por
medio. Hay dos sistemas intolerables uno al otro, y un discurso así no tiene
sentido, tú no puedes poner una rosa en un tanque que dispara.
K.V.:
¿Este fue uno de los motivos por los que se disolvió el Movimiento Kloaka?
D.R.:
La realidad nos disolvió. La imposibilidad de que esos sueños se cumpliesen,
frustrados de alguna manera. Eso cundió en el grupo, a todos. Entonces fue
mejor disolvernos, cada uno con sus cosas, pero tristes porque no se lo logró
lo que el Movimiento quería.
K.V.:
También existe una especie de barrer con todo de forma física o espiritual
entre el sujeto poético y la ciudad ¿?
D.R.:
Lo que pasa es que hay un sentimiento de vanguardia, la vanguardia nunca está
con las masas sino con el que grupo que lo dirige. Esa cuestión era más
política, y pensábamos que éramos la vanguardia de la poesía de ese tiempo, que
no estaban a nuestro nivel, y éramos soberbios, éramos jóvenes, pero esa
soberbia se frustro como grupo, y no tuvimos la capacidad de conectarnos con
las voces del pueblo, con los que proponían ellos o trataban de insinuarnos un
camino y no le dimos la atención necesaria.
K.V.:
Otra de las cosas es la presencia de los obreros ¿Tú has visto mucha gente
obrera?
D.R.:
Sí claro, el barrio donde yo vivía habían obreros, volvían de trabajar más desgastados,
y más cosificados que nunca, ese era el problema. Iba una persona y regresaba
una cosa, en ese viaje se iba envejeciendo, y se volvían una sombra, anulándose
de por vida.
K.V.:
Otro tema es el tema del calor o el fuego ¿Es como algo relacionado a la
cólera?
D.R.:
No, yo creo que el fuego era una especie de purificación. Cuando los antiguos
quemaban al cuerpo en una pira, el cuerpo comenzaba a diluirse a ser parte de
la naturaleza, al fuego lo veo como purificación no como destrucción y además
tenían un sentido ritual.
K.V.:
También aparecen algunos escenarios interiores, dentro de espacios y ya no en
la calle ¿?
D.R.:
Hay varios caminos, pero ya es más subjetivo. Es un yo poético que ya no
transita en la calle, sino que está recorriéndose el mismo viéndose el mismo,
viéndose a través de un espejo y viéndose reflejarse así mismo, es como en un
poema intimista.
K.V.:
¿Es el único?
D.R.:
Sí, los demás son en la calle. Por ejemplo Banda Nocturna es un manifiesto de
mi generación, cuando decía derribar las gordas columnas de la justicia que al
final acaban en nada y reflejaba un
sentido de frustración de mi generación, pero no digo que todos sean así, sino
es el sentimiento de ser joven en los años 80.
K.V.:
¿También has sentido a Lima como la gran nada en algún momento? Con una falta
de espíritu y una humanidad reflejada en la ciudad ¿qué tanto eso a calo en ti?
Como un lienzo en blanco…
D.R.:
Si, lo que pasa es que Lima se hace monstruosa y ajena, como escribía Ciro
Alegría, Lima es ancho y ajeno para un provinciano como yo. Entonces se pone
agresiva y te hace sentir un extranjero en sus propias calles y esos
sentimientos lo he tratado de plasmar desde la perspectiva de un provinciano
pero en poesía.
K.V.:
¿Cómo nace tu interés en hablar desde una voz provinciana?
D.R.:
Es que toda mi vida he estado rodeado de provincianos y yo he asimilado mucho
eso, la gente venía a mi casa, y mis tíos familiares venían y hablaban que les
parecía Lima y hablaban con castellano muy particular como mascado, entre
imágenes y dialectos que no entendía muy bien o en su dulce idioma del
runasimi. Y no era un problema en ser un provinciano y que ser crítico de una
ciudad como Lima.
K.V.:
Una de las cosas que aparecen en el recorrido es que aparece la información ¿qué
sentías tú cuando la ciudad te informaba?
D.R.:
Bueno la ciudad no me informaba yo era protagonista de la información ya que
era un activista dentro de la ciudad mas cuando ingrese a la universidad, pero
no tanto como en los años 90 donde la propuesta era del estado que cuyo sistema
era la de desinformar a través de lo que se llama psicosociales ese tiempo y
había una prensa amarilla y roja que hablaban sobre los delincuentes, que en
algún momento ese mundo lumpen se le veía como algo heroico y que asaltar un
banco era toda una hazaña y que ellos eran unos héroes eran unos “Robin Hood”,
ese mundo lo utilizaba y también su modo de vida porque era marginal y fuera
del sistema. Esto era cotidiano y gracias a esta prensa y a los gobiernos de
turno es que la población se sumió una ignorancia total en una mediocridad que
hasta ahora arrastramos y se ha pronunciado más hoy en día.
K.V.:
La pregunta final sería ¿qué significaba para ti Lima en los años 80?
D.R.:
Para mí, Lima era más amable, me gustaba porque no había muchos edificios que
rompían con la perspectiva, había una Lima colonial que también me interesaba y
me gustaba. Era más armónico que ahora. El caos de la ciudad tenía su encanto,
hice del caos una opción poética, un aporte poético a partir del caos. Cruzar
sus calles era una sorpresa diaria y cotidiana, algo nuevo había, algo nuevo
que yo descubría e incluía en mi discurso, por eso me gustaba Lima.
K.V.:
Ya con respecto al presente ¿qué significa para ti Lima, en esta época?
D.R.:
No lo sé, Lima se ha desfigurado para mí, en muchos aspectos, hay edificios
supermercados enormes, con una actividad comercial enorme, que están
desnaturalizándolo. Esta Lima ya no me pertenece, es una Lima que ya no la
siento. Es una Lima que no está cambiando para bien, sino para mal. Eso creo.
K.V.:
¿En la época de los 80 que espacio simbolizo Lima?
D.R.:
Para mí, la parte más simbólica era el Parque Universitario, que de niño lo he
frecuentado en donde he encontrado personajes que yo jamás voy a ver otra vez,
entre estos he encontrado al personaje de mi libro el “pastor de perros”, que a
eso las 3 o 4 de la mañana iba con una jauría de perros. Por eso me gustaba el
Parque Universitario.
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