15.9.09

Revelaciones incontinentes

Revelaciones incontinentes
Por José Güich Rodríguez
Entre las voces -forjadas a sudor y fuego- que asomaron en la poesía peruana durante los violentos años ochenta, Domingo de Ramos (Ica, 1960) ha sabido mantener una línea consecuente y caudalosa desde la publicación de sus primeros libros, como Arquitectura del espanto (1988) o Pastor de perros (1993). Dentro de su quehacer creativo, ambos poemarios sustentan con holgura esa "construcción del sujeto migrante" que tantas formulaciones valiosas desencadenara en la crítica contemporánea. Gestor de una voz híbrida -intersección de una serie de planos verbales en los cuales lo culto y lo popular organizan un bienvenido consorcio- el aporte del poeta a la ascensión de otros caminos líricos es ciertamente indiscutible.Con su reciente libro, de refinado diseño, Dorada Apocalypsis (Intermezzo Tropical/Tranvías Editores, 2009), De Ramos lleva a los extremos el pulso que ha impregnado a toda su producción anterior: la tendencia al poema-río, donde las imágenes fluyen como "instantáneas", asumiendo una y otra vez formas de la más variada naturaleza. Estas "visiones" retornan al magma primordial para luego emerger, recompuestas y abiertas a una permanente transformación.La referencia al último libro de la Biblia resulta evidente; sin embargo, es probable que el universo delineado por tan visceral discurso se ubique en una línea más cercana al significado etimológico de la palabra griega apocalypsis, es decir, "revelación", y no necesariamente a destrucción o cataclismo, tal como el lenguaje común lo ha acuñado.Los seis textos que integran el volumen se desplazan, en mayor o menor medida, a lo largo de similares coordenadas. Sujetos reales, como el asesino Clímaco Basombrío, o el músico Chacalón, son "mitificados" en dos de las composiciones, por vía de exorcismos verbales. También eso acontece con el enunciador anónimo de "Yo no soy un gánster": un conductor de combi monologante que lleva a sus pasajeros por territorios marginales, pero, al mismo tiempo, los traslada a otra dimensión: la de las palabras que combaten consigo mismas.De Ramos no claudica. Eso es meritorio en un mundo infestado de obedientes autómatas. La poesía siempre estará para infundirles miedo.

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