29.4.10
Cecilia Bustamante por el poeta Hinostroza
La menuda poetisa Cecilia Bustamante tenía fama de ser más macha que los machos. Se contaba que había rescatado, a punta de pistola, a su primer marido, un periodista que los comunistas tenían secuestrado en el Centro Federado de Letras de San Marcos. Cecilia se habría pues apersonado al Patio de Letras, pistola en mano, abriéndose paso a empellones entre la bufalería rojimia que no podía creer lo que estaba pasando, y habría sacado al marido a la fuerza, echando tiros al aire como Juan Charrasqueado, para llevárselo en un taxi a su casa… Cuñada del conocido periodista Arturo Salazar Larraín, tenía gracias a él excelentes relaciones con la embajada americana, y nunca faltaba un exaltado comunista que la acusara de ser agente de la CIA, a pesar de que sus hermanas Celia y Alicia eran fundadoras del Partido Comunista. Tenía pues una leyenda negra, pero también una blanca, pues su otro cuñado era nada menos que José María Arguedas y su familia tenía fama de muy culta y protagónica, pues contaba entre sus antepasados al héroe Alfonso Ugarte, y al ex presidente Bustamante y Rivero:
“Ya se divisan los estandartes
de los fuertes Bustamante…”
reza el mote de su escudo de armas.
Por eso nos resultaba extraño, a nosotros los jóvenes poetas sanmarquinos, que estuviera casada con uno de los nuestros, el poeta casmeño Julio Ortega, que más tarde iba a ser un famoso crítico literario, a quien llevaba unos 10 años de edad. Pero casarse con una mujer hecha y derecha tenía sus ventajas, porque Cecilia ya era una poeta ampliamente reconocida en el medio literario y le fue fácil introducir en él a Julio. Le consiguió chamba en “La Prensa” como crítico literario, y desde esa posición privilegiada él comenzó a hacer carrera. Hay que reconocer que Cecilia, que había sido la primera mujer en ganar el Premio Nacional de Poesía (1965), y era una de las poetas más reputadas del Perú, con Magda Portal y Julia Ferrer, postergó su exitosa carrera en favor de la incipiente de Julio, y puso la de él por delante, en un acto de amor y devoción poco frecuente en nuestro medio, y en cualquier otro.
Un día me dio por frecuentar su casa, en el sexto piso de un edificio de la Av. Alfonso Ugarte, pues allí organizaban reuniones literarias con escritores jóvenes y algunas celebridades, pero pronto me di cuenta que le caía mal a Cecilia, porque ella pensaba que era yo quien inducía a Julio a beber. Desde luego que era un reproche injustificado y absolutamente antojadizo, porque en el fondo lo que ella no toleraba es que saliera “a chupar con sus amigotes”, aunque algunos infortunados hechos le dieran la razón. Por ejemplo una noche llegamos Julio y yo a su casa, ligeramente achispados es verdad, con el legítimo propósito de sacar plata para seguir chupando, cuando Cecilia nos hizo un escándalo tremendo. Salimos huyendo, y cuando estábamos cruzando la ancha avenida Alfonso Ugarte, escuché a mis espaldas un ruido de cristales rotos, y creí que algún foco del alumbrado público había reventado… –“Cruza rápido, no mires atrás” –susurró Julio– y yo apreté el paso, pero luego siguieron rompiéndose otros y otros cristales, y cuando al fin volví la cabeza para mirar atrás, vi a la frágil Cecilia hecha un basilisco, arrojándonos vasos desde su ventana del sexto piso, a riesgo de descalabrarnos. Cuando le recordé este incidente a Cecilia, dos décadas más tarde, en Austin, Texas, me repuso fríamente: “No eran vasos, eran botellas”, con lo que se ganó mi admiración para siempre.
En Barcelona, donde la familia Ortega estuvo viviendo un tiempo, a principios de la década del ´70, nos seguimos frecuentando porque yo vivía en París e iba constantemente a España por razones de trabajo. A menudo me alojaban en su casa, aunque ya tenían niños pequeños y el lugar no era tan grande, pero igual compartíamos el pan y el vino. Cecilia trabajaba como traductora, y Julio se cachueleaba en las editoriales. Que yo sepa, por entonces ella no desplegaba públicamente una actividad poética, pero nunca dejó de escribir. En esa época comenzó su poemario más celebrado, “Discernimiento”, donde dice:
Melancolía,
Melancolía,
Tristeza, soledad,
No mencionarlas más-
Que no hablemos
De esas palabras
O nos contagiarán su muerte-
Melancolía, tristeza,
Soledad, soledad.
En el 73 Julio se consiguió una buena chamba de profesor en la universidad de Austin, Texas, donde se mudó con toda la familia, y allí verdaderamente despegó su carrera. La aguerrida Cecilia por su parte desarrolló una amplia actividad cultural y política, orientada naturalmente hacia el feminismo, que rayaba en Europa y los Estados Unidos. Para muestra un fragmento de un encendido discurso:
…son ahora las nuevas generaciones las que recuperan la posta para seguir proponiendo a la “Mujer Nueva”, con objetividad y disciplina. Continuar el trabajo de mujeres como Magda Portal, María Rostworowski, o Maritza Villavicencio…Magda Portal se entregó a la tarea de provocar una apertura, de alterar las relaciones fundamentales entre la mujer y el poder político y es, por eso, una revolucionaria.
También estuve a visitarlos en Austin, pues la agencia de viajes en la que por entonces trabajaba, me mandó a escribir una guía turística de los Estados Unidos que me tuvo viajando casi 6 meses por el inmenso territorio americano, y cuando me tocó pasar por Texas los llamé y naturalmente me invitaron a quedarme en su casa. Los chicos ya habían crecido y eran menos apremiantes, de modo que le dejaban a Cecilia más tiempo para escribir y socializar. A propósito de socializar, apenas había desembarcado en Austin, cuando tuve un pedido especial de Julio: quería que le preparase un verdadero cebiche, al estilo limeño, como buen peruano en el extranjero que añora su entrañable comida, para tener la ocasión de invitar a sus colegas de la universidad a los que había contado maravillas sobre nuestra cocina. Yo me negué de plano, porque el cebiche nunca sale bien fuera del Perú: siempre falta un ingrediente, que si los limones sutiles, que si la cebolla de cabeza roja, que si el ají limo…además hay que prepararlo con pescado fresco y no con congelado que es el que se encuentra en los mercados, de modo que le propuse más bien un lomito saltado, plato igualmente popular y entrañable pero más accesible en país extranjero. En fin, para no hacérsela larga al lector, terminé haciendo un gigantesco lomo saltado para 40 personas, pero me pasé toda la noche friendo papas, con mi mandil…
A mediados de los ’80s Cecilia y Julio se separaron y empezaron el proceso de divorcio. Cecilia, como una tigresa herida, comenzó a rugir en dos idiomas, difundiendo a los cuatro vientos que Julio Ortega era una creación suya, que ella lo había hecho y modelado desde que era muchacho, que él le debía todo, lo que parecía casi cierto, pero tampoco… El amor devoto y bravío se había transformado en odio persecutorio, y ella estaba decidida a “desenmascarar” a Julio en todas las universidades de Estados Unidos, para devolverlo, calato, a su polvorienta Casma de origen, hasta que felizmente se calmó. De todos modos no lo hubiera logrado, porque algunos gringos viejos tienen buen sentido y saben darse cuenta cuándo uno respira por la herida y cuándo dice la verdad. En fin, ya divorciado, Julio partió a otros horizontes y Cecilia siguió en Austin escribiendo ensayos y poemas, durante unos 20 años, hasta su muerte en octubre del 2006. Paz a sus huesos. (Por: Rodolfo Hinostroza)
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3 comentarios:
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