19.4.10

Las cenizas de Altamira

Domingo de Ramos .Las Cenizas de Altamira. Por V.C.C. Ha llegado a nuestras manos el quinto libro de poemas de Domingo de Ramos, titulado “Las cenizas de Altamira” (edición del autor, 1999). El libro consta de diez textos de variada extensión e intensidad, que conforman un corpus cohesionado a partir de dos coordenadas: la ciudad y la relación que establece un migrante andino (y culto) con esta, y la historia de Altamira, una isla que está en todas partes y en ninguna, contada a partir del diálogo con Don Diego, un personaje en quien muchos han reconocido con justicia al poeta cubano Eliseo Diego, pero que también alude a cierto Don Diego presente en algunos cronistas. Lo primero que sorprende de este libro, además de la estupenda ilustración a cargo de fotógrafos de prestigio – entre lo que destaca José Carlos Martinat-, es la preocupación por el tema religioso que el autor ha desarrollado, y que era casi inexistente en sus anteriores trabajos: “Y Dios sabe que tiene tiempo para enseñarme/ el reverso claro de la muerte/ los días de la semana con la eternidad/ el canto irrestañable de las esferas” (p.10). Incluso en algún momento el narrador-pues se trata de una narración en verso, más o menos en la línea del Omeros de Walcott, un Walcott del cono sur, podríamos decir- ensaya una alabanza que, de alguna forma, marca un giro copernicano en su poesía: “Y solo Dios se alzaba como arco de rebeldía Dios es la razón del más alto organismo/ el cosmos bruñido de la naturaleza el nómada de los nómadas” (p. 36). Este tipo de preocupaciones, por cierto, no convierten – como se ha discutido cándidamente por ahí- a nadie en un poeta místico, ni mucho menos, aun cuando se hallen en sus textos dislates y faltas de coordinación, elementos que la estudiosa Luce López-Baralt en su libro San Juan de la Cruz y el Islam, reconoce como señales de una poesía que brota directamente de la experiencia trascendente (como en el “Cantar de los cantares” bíblico o en el “Cántico Espiritual “ de San Juan de la Cruz). Más allá de esta precisiones, encontramos en Las cenizas de Altamira dos elementos fundamentales para su comprensión, desde el punto de vista en que lo hemos abordado. Uno es la conciencia de ambigüedad, reflejada en la dicotomía alto/bajo (“silencioso atacado indefinidamente hacia lo alto como hacia lo bajo”,p.89), y otro es la sensación de marginamiento, de desarraigo, la periferación del narrador. Que se puede percibir con claridad en varios momentos: “Safados de la armonía universal por una gris e incierta inmensidad” (p. 91); “No hay dónde dormirse sin esfuerzo no hay sitio ni rincón donde retratarte/ como un pedazo de mí como una hortensia en el estañado lago/ que no es más que tu cielo de una fábula inexpresable” (p. 78). En el plano estilístico , de Ramos parece tener logros indiscutibles. Su adjetivación ríspida y agresiva, que con frecuencia opera por aglutinación, cumple su cometido de llegar al lector, hacerlo partícipe de los sentimientos expresados. El uso de la jerga callejera es acertado y dosificado aunque hay anacronismos indeseables. Los neologismos son en su mayoría novedosos: “visperoso”; “póbridas”, “oseadumbres”. Lo más importante: el dominio del texto corto se vislumbra en este poemario, la sutileza con que se cierra el libro así lo anuncia. Las cenizas de Altamira, libro complejo, poliedro poético que ofrece muchas caras a la exégesis, expresa un deseo del autor de ampliar sus horizontes de comprensión. De mirar a lo alto, donde ve “un dios que nos mira siempre ausente”, y la voluntad de descifrar el secreto de esa “única identidad de un país sin identidad”. Enorme esfuerzo que nos deja vestigios, cenizas de una buena poesía. Publicado en la revista literaria Ajos& Zafiros 215.

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