24.5.10
Premio Reina Sofía de España: J.E.Pacheco
Dicen que al poeta mexicano José Emilio Pacheco (1939) no le gustan las entrevistas, pero él niega la mayor, aunque sólo sea porque su esposa, Cristina, “ha hecho más de 2.000 en prensa, radio y televisión”. Su problema es que “para ser un buen entrevistado necesitas ser Oscar Wilde o Borges”, y él presume de no serlo, de ser “pésimo, sin ingenio”. Sin embargo, el poeta, que el 17 de noviembre recibe en Madrid el premio Reina Sofía de Poesía, rezuma inteligencia y humor. El Cultural conversa con él, ofrece sus ultimísimos poemas inéditos así como otros tres inéditos, reunidos en Contraelegía (Universidad de Salamanca), y analiza su trayectoria de la mano de Joaquín Marco.
Autor de culto para los amantes de la poesía hispanoamericana del siglo XX, un José Emilio Pacheco algo achacoso, agobiado por cien mil compromisos, nos sorprende con su divertido escepticismo. Por una parte, reconoce haber encontrado, “por suerte y desde hace muchos años, la mayor generosidad por parte de los poetas españoles”, pero tampoco deja de apuntar que “no es culpa de ellos que el público lector de España no me conozca. ¿Cómo me va a conocer si somos tantos en tantos países de la misma lengua?”. Con una confesión así, la primera pregunta parece obligada:
-Si no le conocemos aún, ¿cuál sería su autorretrato?
-Es imposible trazar un autorretrato sin photoshop verbal. El único autorretrato posible, porque es involuntario, es el que está en los poemas. Los poemas no mienten, yo sí.
-En sus poemas late cierta tensión de fondo entre el compromiso político, la responsabilidad cívica, y la tensión poética: ¿cómo logra mantener el equilibrio?
-Sólo puedo escribir sobre lo que me afecta y me preocupa. No me digo: “Voy a hacer unos versos en que se manifieste mi responsabilidad cívica”. Es algo menos voluntario de lo que suponemos.
-Sin duda, pero, ¿cuál debería ser la relación entre la poesía y la realidad/actualidad?
-No creo en el deber. No impondría a nadie la obligación de escribir poemas “sociales” o lírica abstracta. Me limito a juzgar los resultados. Hay miles de poemas políticos abominables, pero no tantos como pésimos poemas de amor.
Bajo el tiempo inclemente
-Fue amigo de Octavio Paz, pero no quiso conocer a Pablo Neruda por timidez. También trató mucho a Luis Cernuda y se carteó con Aleixandre...
-Sí, tuve una relación de cuarenta años con Paz, a veces, como era inevitable, muy difícil y en otras muy cercana, como sucedió por fortuna en el último año de su vida. Debo mucho a las enseñanzas de Paz y aún me sé de memoria partes enteras de Piedra de sol. Pero no sólo fui tímido con Neruda, también con Aleixandre: jamás me atreví a importunarlo en Velintonia, 8, aunque él nos escribió a todos los autores de esa época. Esta función de Aleixandre me parece que no se reconoce como se debe. Otro tanto puedo decir de Max Aub. En cambio, con Cernuda me ocurrió algo siniestro. Por el desorden aludido guardé la única carta suya que me envió en la edición 1958 de La realidad y el deseo. Alguien se llevó de mi casa el ejemplar y la carta. De modo que en la Correspondencia de Cernuda, tan bien editada por James Valender para la Residencia de Estudiantes, figuran no sus líneas sino las mías, por desgracia.
Ahora, sin embargo, José Emilio Pacheco prefiere no hablar de los poetas españoles contemporáneos que lee y admira, porque “han sido tantos y durante tantos años los que me han ayudado que su enumeración parecería un intento servil de congraciarse”.
-De todas formas, ¿cómo ve a los poetas de su generación?
-Los veo a la luz de un epigrama anónimo:“Bajo el tiempo inclemente/ Llegué a los días extraños / De ver vieja a la gente/ Que es de mi edad y mis años.” No sé cuál es mi generación: nací el 30 de junio de 1939, muy tarde para ser de la generación de los treinta y muy temprano para formar parte de la generación de los cuarenta. Pero de mis más o menos contemporáneos y amigos puedo afirmar que tienen sin duda las cualidades que yo no poseo.
-¿Y cuál es su relación con los poetas jóvenes de su país, esos que aprenden en la escuela sus versos?
-Son tantos que sólo me es posible conocer a unos cuantos, o unas cuantas, porque el número de mujeres es abrumador en la nueva poesía mexicana. Con ellas y ellos mi relación es magnífica ya que no tengo ínfulas de magisterio ni busco crear un discipulado. Cuando alguien me pide consejos respondo que se los doy con mucho gusto, sólo que a cambio de que ellos me aconsejen también, porque en éste ya no tan nuevo siglo las muchachas y los jóvenes son los nativos y nosotros los inmigrantes que llegan de otra época y de otro mundo.
-Tras varios años de silencio, ahora coinciden en España y México Como la lluvia, La edad de las tinieblas, y Contraelegía, el libro del Premio que editó en la Universidad de Salamanca Francisca Noguerol. ¿A qué se debe esa coincidencia?
-A no saber planificar una carrera literaria. Trabajé mucho en la década que termina. Para no inflar mi bibliografía no quise publicar cuadernos aislados. Preferí reunirlos en un libro, Como la lluvia, tal vez demasiado extenso y variado e imposible de comentar. Chus Visor en España y Marcelo Uribe, el editor de Era, en México, me hicieron ver que la última sección, los poemas en prosa, formaban un volumen aparte y lo publicamos como La edad de las tinieblas. La antología del Premio tiene un excelente estudio de Paqui Noguerol. Con su inteligencia y su sabiduría me ha enseñado muchas cosas acerca de mí mismo.
Lo que no ha tenido que aprender, desde luego, es que al escribir un poema sólo pretende eso, porque al terminarlo “él me dirá qué buscaba yo”. Y que no hay fórmulas secretas ni “regla general”: “Hay unos poemas, muy pocos, que han salido de primera intención tal como están y otros que son producto de incontables versiones” .
Secreto desorden
-¿Cuál es su rutina de trabajo? ¿Es de verdad tan desorganizado como presume?
-No presumo: me avergüenzo y sufro mucho por mi desorden. Quisiera ser organizado y metódico pero tuve una reacción neurótica contra la disciplina militar de mi padre. Lo que sí intento es no dejar de trabajar nunca. Ya que es imposible e indeseable hacer poemas todos los días, he hallado un camino intermedio en las versiones poéticas que saldrán el año próximo. Tal vez serán el último libro en la historia que se ha llevado cincuenta años de trabajo. Comencé en la escuela con los epigramas griegos y termino ahora con los haikus japoneses y la versión de los Cuatro Cuartetos de Eliot que publicará Alianza después de 25 años de prometerlos para la semana próxima.
La angustia de los emails
-¿Y cómo se lleva con el ordenador, Internet, el e-book y demás inventos?
-No pretendo ser lo que no soy. Pienso en la décima de Moratín sobre los niños que en Francia hablan el francés con la fluidez y la perfección que nunca alcanzará un anciano en ningún otro lado. El mundo electrónico es para quienes nacieron en él. Empleo con gusto el ordenador. Es la máquina de cantar con la que soñó Antonio Machado porque resulta ideal para ver los poemas que son objetos sonoros pero también visuales. Encuentro muchas cosas valiosas en Internet pero si pasan de tres páginas necesito imprimirlas para leerlas. Respecto de la correspondencia, es un motivo de angustia. En tres meses de ir y venir porque el Reina Sofía coincidió con la generosísima celebración de mis 70 años, he acumulado 2.400 correos. ¿A qué horas, con qué fuerzas voy a responderlos? Cada persona espera la contestación a la que tiene derecho y yo no puedo dársela. Es terrible.
Nuria AZANCOT
Algunos poemas.
Concordancias: Las personas del verbo
Una vez
Y por breve tiempo
Hace mucho tiempo
Tú y yo
Fuimos de pronto hasta muy adentro
Nosotros.
«Nosotros dos» podía yo decir
En las horas voraces que fueron nuestras.
Desde hace tiempo
Si hablo de ti
Sólo puedo emplear
La tercera persona: Ella.
El yo empobrecido se hunde
Entre las concordancias de la Nada.
Fluir
Corre bajo los puentes.
No regresa.
Su vuelo horizontal
Arrasa el tiempo.
Para nosotros
Esa eterna huida
Lo dice todo.
El agua no lo sabe
Y no le importa.
Se limita a fluir
Y a despedirse.
Un puñado de polvo
Todos quisimos la corona del rey
Nadie pudo encontrarla entre el fragor de la guerra.
En esa busca nos entrematamos.
Por sanguinarios les dimos asco a las fieras.
Siglos después, cuando encontré la corona,
Vi que era sólo un puñado de polvo.
Lupus
En la noche del mundo el gran temor
A su ferocidad siempre al acecho.
Hace temblar con su brutal aullido.
Deja huellas de sangre entre la nieve
Y en los barrancos pilas de cadáveres.
Nos ha vencido en todas las batallas.
Levantó las murallas que nos cercan.
Nos oprime con cepos y cadenas.
Un día el monstruo pasó ante nuestros ojos,
Receloso y amargo entre las ruinas.
Era el lobo del hombre.
College Park, Maryland
Esas frondas también dicen adiós.
Las estremece un viento que llega ileso
del pasado en este mismo instante.
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