28.6.10

Entrevista al novelista español Juan Marsé

Entrevista al novelista español Juan Marsé El reto para un verdadero escritor no es hacerse un lugar en el escaparate cultural, sino resistirse a él. En sus declaraciones hay mucho de parentesco con nuestra realidad y actualidad especialmente en las últimas preguntas que le hace la reportera, a pesar de ser un país europeo. Por María Luisa Blanco La huella que dejó en Juan Marsé una joven colombiana en un bar alternativo inspiró al escritor catalán Canciones de amor en el Lolitas Club. Ambientada en un club de Casteldefells y en la sordidez de una prostitución forzada por las mafias, la narración aborda la historia de un policía alcohólico y violento que se redime gracias a su gemelo, un discapacitado mental enamorado de una prostituta. Ése es el tema de la novela: el mundo de la prostitución, la trata de chicas colombianas, un camarero enamorado, un policía.. Y toda la intensidad de la vida condensada en ese pequeño mundo. ¿Qué le debe a la ficción? -A la ficción le debo todo. A eso que llamamos realidad yo, en privado-digamos en la cocina del escritor-, suelo tratarla con cierto desdén: la rajo, la destripo, la troceo, la adobo, la guiso y le doy otro sabor. Le cambio de nariz a la señora realidad porque tal cual es, el dato real no me interesa. Siempre he creído que un autor, por muchos datos reales que acumule en una novela: personajes y hechos y lugares y fechas verificables, no aumentará la ilusión de realidad, lo cual no quiere decir que yo desdeñe a esa terca señora. Es más, llevo con orgullo el estigma de escritor realista La ficción no aspira a ser la realidad, no quiere ocupar su puesto; quiere representarla, pero no suplantarla. En los buenos relatos las cosas aparecen y se manifiestan allí donde se las nombra. Son relatos relatos que contienen siempre grandes dosis de fe en sí mismos, por eso la novela disfraza una y otra vez la realidad con los ropajes de la ficción , porque confía en la ficción más que en la realidad. Pero basta de teoría literaria por hoy, menudo rollo le estoy dando precisamente cuando este tema tiene la virtud de fastidiarme. ¿Por qué? -Porque no soy un intelectual. Ni siquiera me considero un hombre de letras. El asunto dejó de interesarme hace años. Serán de mentira pero sus personajes son inolvidables. Hablemos de los dos hermanos: de la bondad de Valentín , de la fiereza de Raúl. Dos gemelos para completar una personalidad y de nuevo un policía, y de nuevo el amor que lo redime todo. -La acción transcurre en la época actual, y , sintetizando mucho el asunto, relata el proceso traumático que vive un policía alcohólico, solitario y violento al regresar expedientado a la casa del padre, hasta alcanzar cierto civismo y solidaridad gracias a los amores de su hermano gemelo-un deficiente mental- con una prostituta. Esa hermosura está en su novela a pesar de lo deprimente de la vida de las chicas del club que describe que sólo tienen de lolitas la edad. ¿Su novela es una llamada de atención, una especie de denuncia de esta nueva forma de explotación que es la trata de chicas latinoamericanas? -No son exactamente lolitas, aunque el rótulo del club las ofrezca como tales. El nombre del local es un simple reclamo comercial, inventado tal vez por la señora que regenta el negocio que se llama Lola. Ninguna de las muchachas que trabajan allí, ni Milena , la joven prostituta de la que se enamora Valentín, el discapacitado , ni otras que también se echan algunos años encima para ocultar su verdadera edad, alcanzan la de la nínfula que Nabokov otorga a su inolvidable Lolita. Bueno, el asunto de esas jóvenes latinoamericanas que huyen de la miseria, o las venidas del Este de Europa, muchas de ellas ilegalmente o engañadas, prostituidas al verse obligadas a pagar la tremenda deuda que han contraído con las mafias, que en algunos casos las tienen prácticamente en régimen de esclavitud, es algo que por supuesto merecería una investigación a fondo. Detrás de tanto oropel y música alegre hay mucho dolor y mucha tristeza. Es público y notorio y no hace falta enfatizar. Por mi parte me he acercado al tema para escribir una novela y , en un ámbito propicio que me he inventado, he intentado imaginar una atmósfera y unos afanes. Mostrar cómo viven esas chicas cuando no trabajan, cómo pasan sus ratos de ocio, qué desayunan o qué escriben a su familia, qué esperanzas alimentan. Y lo he hecho sin ánimo de denuncia. Porque nunca me he hecho ilusiones al respecto, nunca he creído que una obra de ficción aminore suavice la incompetencia, la desidia y la estupidez de los poderes públicos sobre la sociedad. Soy así de escéptico. Sus personajes siguen siendo perdedores pero no fracasados. Son seres “fieramente humanos” que en esencia y a lo largo de su obra constituyen una filosofía y, al término, una propuesta moral. ¿De quién aprendió esto?¿Quienes han sido sus maestros? -La fascinación de los perdedores, de la derrota. Tampoco hay que enfatizar el tema, está muy cantado. En mi caso es muy sencillo. La historia de mi familia, la biológica y la adoptiva, es una historia de perdedores. La primera ya lo había perdido todo antes de la Guerra Civil, y la segunda después, durante la interminable dictadura del asesino y carnicero Franco (disculpe, pero yo no pierdo ocasión de llamarle asesino. Ya no me quedan tantos años). A mí siempre me gustaron las novelas que se nutren de historias de familias, pero es que, además, el perdedor me atrae más que el vencedor. Pero huyo, al menos de forma conciente, de cualquier propuesta moralizante. Creo que basta un mínimo de sensibilidad, mucho sentido común y –algo de los que los novelistas no suelen hablar-necesidad de alguna forma de belleza. Maestros literarios he tenido a montones y citaré sólo algunos: Stevenson, Dickens, Stendhal, Chéjov, Baroja, Joseph Roth, Hemingway, Pla, Chesterton, Rulfo… Todos ellos y muchos más he han hecho compañía moral en diversas épocas de mi vida, aunque los motivos que me llevaron a su lectura fueron otros. Y cambiando de tema, ¿cómo ve hoy el panorama cultural? -Soy de lo más escéptico. He llegado a la conclusión de que los políticos prefieren montar vistosos escaparates culturales antes que poner en marcha un proyecto cultural a largo plazo. Esos escaparates del arte y la cultura se parecen cada vez más al pret-a-porter, de mod0 que el reto para un verdadero escritor no es hacerse un lugar en este escaparate, sino ser capaz de resistirse a él y conseguir un respeto. Y si medimos el nivel cultural del país, no es para echar las campanas al vuelo. Ni siquiera hay que salir de casa para darse cuenta, basta con pegar el oído a los medios de comunicación, ver la televisión o escuchar la radio, a los que la gente se asoma para decir pendejadas del más variado pelaje con el beneplácito de los conductores de programas; ese televidente invitado y ese radioyente al que se le ofrece el micro se cree informado y habla y opina, y ese radioyente cada día es más zoquete, desinformado, salvapatrias, agresivo y pelmazo. Siento decirlo pero nuestros afamados medios de comunicación fomentan la cría de ciudadanos deslenguados, vocingleros y mamarrachos.

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