24.11.10

Roberto Bolaño

Para radiografiar a Bolaño no está de más empezar por la persona, más allá del escritor, aunque, como advierte de entrada Pron, “es la parte menos interesante de Bolaño”. No es cuestión de ponerlo en duda, sobre todo porque no le falta razón: lo más interesante de los escritores, por más que algunos se regodeen buceando en sus biografías, suele estar en los papeles que entintaron con sus bolígrafos, sus máquinas de escribir o sus ordenadores. Pero la mitomanía que lo está inflando ha desdibujado los contornos de la persona para convertirlo en icono, y ante semejante fenómeno conviene escuchar a los que lo trataron cara a cara y con cierta cotidianeidad. "Generoso y cruel" Todos coinciden en dos adjetivos: “generoso y cruel”. Generoso a la hora de prestar su apoyo a jóvenes escritores que luchaban por hacerse oír. Y cruel para atacar a todos aquellos que se habían apoltronado en la cúspide de la pirámide del prestigio literario. “Era muy divertido y un excelente e infatigable conversador. La prueba es que cuando le entrevistaban y le planteaban varias veces una misma pregunta siempre conseguía responder sin repetirse. Y luego tenía conocimientos enciclopédicos de todo: de poesía francesa, de programas de televisión, de alineaciones del Barça”, explica Ignacio Echevarría, hombre al que Bolaño confió la gestión de su legado literario tras su muerte. Herralde suscribe lo de gran conversador: “Cada vez que se acercaba a la editorial para contarme sus proyectos, hacía una tournée por todos lo departamentos que duraba horas. Luego entraba a mi despacho y jugábamos torneos de maldades literarias”. Si las paredes de ese despacho hablaran... La literatura: única drogodependencia En esta deformación de la figura de Bolaño hay un asunto especialmente escabroso: su presunta adición a la heroína y otras sustancias. Es un rumor a voces que sobre todo se ha tenido muy en consideración en los Estados Unidos. Allí se acogió a Bolaño como un escritor desclasado, enfrentado a sus contemporáneos, pobre, drogodependiente y obsesionado con su dedicación a literatura. Rubén Médina, compañero de gamberradas infrarrealistas en México, cuando los dos eran jóvenes y pretendían subvertir los estamentos literarios, lo niega, tranquilamente: “Él, cuando visitamos al poeta de turno, estaba mucho más pendiente de aprender y de hacerle preguntas que le podrían servir para luego escribir que en los licores. Era muy moderado: se tomaba una cerveza en el tiempo que los demás habíamos tomado ya varios tequilas”. Jorge Herralde señala el origen de la habladuría en uno de sus cuentos, que tiene como protagonista a un heroinómano y que muchos creyeron autobiográfco, pero que el propio Bolaño desmintió que fuera así”. “A mí me resulta muy difícil de creer esto”, tercia Pron, “porque él siempre me decía que me cuidara, que no abusara del alcohol y que comiera mucha fruta y verduras” [Risas en la sala]. Explica Pron que estos consejos se los daba para que le ganara tiempo a la muerte y pudiera escribir más libros. Bolaño también se aplicaba esta receta, con la desesperación de saber que la muerte le aguardaba al otro lado de la esquina, pero se ha autoimpuesto rematar a toda costa su obra magna, 2666, una novela de más de 1.000 páginas. “Su compromiso con la literatura”, continua, “era total”. “Salvo sobre la propia supervivencia, estaba por encima de todo. Escribir era un fin en sí mismo, no un medio para obtener prebendas políticas ni para ascender socialmente”, remacha Pron, que entrevistó a Bolaño en la Universidad de Gotinga cuando éste andaba de promoción por Alemania y luego mantuvo con él una intensa correspondencia digital. “Los días que tenía mensaje suyo eran más felices”. La conversión de Bolaño en un “fetiche pop”, como advierte Ignacio Echevarría, es un riesgo que corre el escritor prematuramente muerto y ensalzado a los altares de la literatura casi unánimemente. En las calles de algunas ciudades, como Santiago de Chile o Barcelona, se ven grafitis con su cara pintada. Pero el autor de Los detectives salvajes tiene el antídoto más eficaz contra ese proceso de trivialización en marcha: su propia obra. “Su esencia es múltiple. No ha creado un universo cerrado, como el Macondo de García Márquez, él abre puertas y puertas, por eso no se puede reducir, ni simplificar, es imposible”. Lo dicho: Bolaño es un autor infinito.

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