13.1.11

Formación de subjetividad andina, guerra del pacífico y “Auka Chileno”

Formación de subjetividad andina, guerra del pacífico y “Auka Chileno” Por Juan Zevallos Aguilar La relectura de mi nota “Gestiones femeninas, indígenas y juveniles. Danza y neoarielismo en los Andes” en la Sieteculebras 25 (2008) y la revisión del DVD “Danzas” del Centro Qosqo de Arte Nativo me hicieron reflexionar en el importante papel que los bailes han tenido en la formación de mi subjetividad. A manera de rápido recuento, practiqué y me presenté como gaucho en una danza argentina que me enseñaron a bailar las monjitas del colegio “El Carmelo” donde hice la transición (kindergarten). Luego dancé disfrazado de guerrero Inca la “Danza de las macanas” dirigida por el profesor Ricardo Castro Pinto en la educación secundaria. Como la mayoría de niños cusqueños, marché infinidad de veces en desfiles y paseos de antorchas para demostrar mi civismo y patriotismo el día del Cusco, del Colegio y de la independencia. Pero el recuerdo más entrañable de mi presencia en eventos públicos está relacionado a mi participación como bailarín en la danza “Chileno” cuando cursaba el quinto de primaria en la Gran Unidad Escolar Inca Garcilaso de la Vega a principios de los setenta. Nunca me olvidaré de esta experiencia porque le dio sentido por varios meses a mi vida escolar y me sentí parte de una dinámica comunidad. Luego de un exhaustivo proceso de selección de bailarines de todos los estudiantes de las secciones del último año de educación primaria, junto con nuestros profesores y padres de familia, confeccionamos los disfraces y ensayábamos la danza por lo menos una vez a la semana. Nuestros progenitores se encargaron de comprar las máscaras en un taller de artesanos de la cuesta de San Blas y hacer coser los pantalones de montar, por los sastres de su preferencia, con un material seleccionado de antemano en una tienda de telas, la casa Lomellini creo, de la calle Marqués. Este despliegue de excelente coordinación y esfuerzos tuvo un gran resultado. Luego de varias eliminatorias, nuestra danza “Chileno”, realizada por aproximadamente 50 muchachos de varias secciones del quinto de primaria, acompañados por una banda integrada por nuestros propios maestros, ganamos el concurso regional de danza escolar de ese año que se llevó a cabo en el Estadio Inca Garcilaso de la Vega del distrito de Huanchac. La noche que ganamos el concurso se estrenaba el sistema de iluminación recientemente instalado en el estadio. Sólo conservo una foto en blanco y negro en la que aparecemos sonrientes todos los integrantes del grupo después de nuestra actuación en el estadio. Mi madre la puso en un álbum familiar que atesora. Mi disfraz se extravió en los sucesivos préstamos que hicimos a mis primos y amigos menores. La memoria es frágil, cuando veo la foto no puedo identificar a todos los participantes. He olvidado los nombres de la mayoría de ellos. De la banda recuerdo solo a mi querido profesor de aula, José Ángel Sánchez Bustinza, que tocaba la mandolina y al profesor de música, Reynaldo Pilco, que era un diestro en el violín. Mi participación en esta danza reafirmó mi subjetividad masculina y mi posición de hijo querido en mi familia. En la versión de la danza que presentamos recuerdo que eliminaron varios personajes que sí están en la versión del Centro Qosqo de Arte Nativo. Por eso la llamaron “Chileno” y no “Auka Chileno” (enemigo chileno). Los niños representamos a una patrulla de soldados del río Mapocho que recorrían los andes. Nuestros maestros quitaron del elenco a los personajes peruanos (maktillo, letrado, mestiza) porque quizás desviaban los objetivos del currículo de la educación primaria. En un colegio de varones era importante reforzar los valores y actitudes masculinos. Se veía muy mal que un estudiante se disfrazará de mujer por la homofobia existente. Del mismo modo estaban educando a verdaderos ciudadanos, más allá de las diferencias económicas y sociales, con valores nacionalistas como ocurría durante la reforma educativa de Velasco Alvarado. Como hijo me sentí muy querido e importante puesto que la compra de materiales y confección del disfraz movilizó a toda mi familia. Para lograr la uniformidad en todos los detalles, los coordinadores de la danza nos entregaron una lista, hecha a mimeógrafo, que especificaba materiales, direcciones donde comprarlos y diseños del sombrero, polainas, espuelas y pantalón de montar. Mi padre y mi madre siguieron a pie de juntillas estas instrucciones. En nuestro primer carro, un Datsun blanco con un motor de 1500 cc, fuimos a tiendas y librerías del centro para la compra de los materiales. Tuvimos que ir varias veces al pueblo de San Sebastián donde había un taller de un sastre remolón especializado en coser pantalones de montar. En varias visitas me tomó las medidas, me hizo las pruebas y finalmente nos entregó la prenda de vestir. Además del apoyo incondicional de mi familia, recuerdo que fue una de mis acciones infantiles que hizo sentir orgullosos a mis padres. Mi padre estaba tan contento que pedía que yo bailara la danza en reuniones familiares y amicales. Creo que mi padre se sentía muy eufórico por tres motivos. La práctica del chileno confirmaba mi masculinidad que no había sido demostrada en los deportes. Nunca fui bueno en el fútbol o básquetbol por no ser muy coordinado y agresivo. Había mejores jugadores que integraban los equipos del colegio o del barrio. Como ganador del concurso salía del anonimato en el que me encontraba por ser un estudiante mediocre. Un Zevallos de mi generación por fin había conseguido sus quince minutos de fama regional. Por último, mis habilidades reales de bailarín aseguraban la continuación de un legado familiar. Mi padre me sugirió integrar el grupo de danza del Centro Qosqo de Arte Nativo del cual había sido danzante cuando era joven. Afortunadamente no es autoritario. Dejó que yo tomase la decisión. Nunca fui a esa conocidísima escuela de folklore donde mi padre todavía conservaba amigos y conocidos de su primera juventud, entre ellos Luis Huayhuaca y Reynaldo Pilco. El rock atrapó mi interés musical. La difusión masiva del rock argentino y anglosajón eran más atractivos en esos años. Leía ávidamente la revista argentina de rock Pelo, lo escuchaba y bailaba en ocasionales conciertos, reuniones de muchachos y fiestas donde sentí atracción por las chicas por primera vez. Luego del rock pasé al punk, me encantaban los “Sex Pistols”, pero esa es otra historia. El “Chileno” se danza entre parejas de hombres. Lamentablemente ya no recuerdo el nombre de mi pareja. Su rostro se borra en mi memoria. Él era un muchacho fornido, más grueso que yo y de mi misma estatura. El era de otra sección de quinto de primaria. Nosotros éramos la última pareja por ser los más altos del grupo. La última vez que lo vi fue cuando entré a hacer compras en una librería que quedaba en Mesón de la Estrella, en la misma cuadra donde se encuentra el cine Colón, rebautizado como Auditorio Municipal, en uno de mis retornos al Cusco a principios de los ochenta. El me atendió, era un empleado de la librería. Nos reconocimos, recordamos nuestra gran hazaña, charlamos brevemente y nos despedimos. Quizás nuestras trayectorias se hayan cruzado en las calles del Cusco u otros lugares del mundo pero el reconocimiento sería difícil. En mi caso, el adulto ya no se parece en nada al muchacho de hace veintitantos años que él vio por última vez. La vida difícil de mi condición transnacional ha dejado sus marcas. Ahora también me he olvidado de bailar la mayor parte de los pasos. Mi cuerpo sólo recuerda los movimientos básicos. Lo que si no me va a dejar hasta la muerte es el acompañamiento musical de la danza. La música que es la banda sonora de las mejores o peores experiencias es lo último que se pierde en procesos de aculturación y envejecimiento. Cuando vi el segmento sobre el “Auka Chileno” de la provincia de Acomayo, del DVD del Centro Qosqo de Arte Nativo, hice comparaciones con la versión en la que participé. La danza del centro Qosqo es menos impresionante que la nuestra por el número de bailarines. La nuestra tenía veinticinco parejas de aguerridos soldados chilenos del siglo XIX. Esta tiene solamente tres parejas de atléticos bailarines. Sin embargo, el “Auka chileno” del DVD es más rico en personajes y significados. La integran: una bailarina sexi con traje de mestiza; un letrado blanco, barrigón y narigón vestido con smoking y sombrero de copa que lleva en un brazo un libro y en el otro un bastón; y por último un maktillo maceteado con chullo, pantalón mayuchimpana, una honda y ojotas. El letrado y el maktillo llevan máscaras con enormes narices fálicas que contrastan con las máscaras más realistas de la mestiza y los soldados chilenos. Es un lugar común señalar que el “Chileno” y “Auka chileno” se crearon para hacer una sátira de la invasión de las tropas chilenas en la Guerra del Pacífico (1879-1881). Sin embargo, el único elemento satírico que ha quedado en las dos versiones son las piernas exageradamente arqueadas de los bailarines. La deformación física indica que los creadores de la danza estaban haciendo mofa de jinetes de la caballería chilena. La danza empieza con el avance de los chilenos que son comandados por el letrado que lleva del brazo a la mestiza. El último del grupo es el maktillo. Luego empiezan la serie de pasos. Si se observa la interacción entre los personajes se puede conocer los efectos de la invasión en distintos sectores de la población peruana. Curiosamente mientras los chilenos realizan sus pasos ordenados y cronometrados, la mayor interacción ocurre entre el letrado, la mestiza y el maktillo que divierte al público con sus picardías. Los tres personajes representan a mestizos y señores. El letrado representa a la elite blanca que firmó la derrota y negoció el retiro del ejército chileno conservando todos sus privilegios. La mestiza casquivana es la mujer del letrado a quien lo acaricia y rasca la espalda. Los chilenos que están ensimismados en sus pasos refieren a un ejército bien organizado y efectivo como máquina de matar. El maktillo es el mestizo pobre que con mucha picardía aprovecha los descuidos del letrado cuando comanda a los chilenos para seducir a la mestiza. Se la lleva pero el letrado la recupera siempre. En ciertas ocasiones el maktillo interrumpe momentáneamente el baile de los chilenos pero su obsesión es conquistar a la mestiza. En suma, el mayor conflicto en la danza se produce entre peruanos y no entre peruanos y chilenos. Definitivamente la danza nos entrega una interpretación popular de la historia del Perú y cobra una vigencia inusitada en los tiempos que estamos viviendo. Según la danza, los chilenos ganaron la guerra porque tenían un ejército muy bien organizado y disciplinado. Lo que nos dice la danza es que, salvo las contadas interrupciones del maktillo al baile de los chilenos que se puede interpretar como guerra de guerrillas, los peruanos perdimos la Guerra del Pacífico, más que nada, por no haber superado nuestros conflictos propios creados por el racismo y la estratificación económica social que se ve en la representación e interacción de los tres personajes. En medio de una invasión los peruanos siguen desunidos, luchando entre ellos y adoptando distintas relaciones con el enemigo de acuerdo a las conveniencias de grupo. Sus peleas son ridículas, están motivadas por la satisfacción material inmediata y el deseo más animalesco. Asimismo en la danza se puede ver el anhelo de tener un proyecto nacional moderno. La élite chilena tenía el objetivo de construir un estado nación a costa de los recursos (el salitre) de Bolivia y Perú. Para eso hicieron una guerra moderna con el propósito de apropiarse de territorios, recursos naturales y humanos. En cambio, los conflictos de los peruanos están motivados por el deseo sexual, la satisfacción efímera del orgasmo que no lleva obviamente a un proyecto mayor como la construcción de país o nación. Los grupos de poder y sus políticos malgastan el dinero, solo se preocupan en proteger el futuro de su familia, pero no cimentan una infraestructura con grandes obras que disfruten todos los peruanos. El único detalle problemático del “Auka chileno”, es que la razón del conflicto entre el mestizo pobre y el blanco rico es la mestiza casquivana. Su ropa entallada que remarca sus atributos femeninos, su máscara de mujer joven bella, las botas con taco alto que remarcan sus curvas y la minipollera despiertan la libido del maktillo y del blanco. Así se incluye un tradicional motivo machista de señalar a la mujer como fuente de las desgracias humanas, empezando por Eva de la Biblia, y de sus propias adversidades como la violación de su cuerpo. La interpretación de la Guerra del Pacífico del “Auka Chileno” coincide con algunos aspectos de los cursos de historia del programa oficial que se enseñan en los colegios pero difiere en otros más importantes. La historia oficial y el “Auka chileno” convergen en reconocer que la Guerra del Pacífico fue planificada y formó parte de un proyecto expansionista del estado nación chileno decimonónico. Del mismo modo ambas consideran que el Perú fue derrotado por la desunión y fracturas entre peruanos. Pero mientras la danza enfatiza la responsabilidad de las élites en la derrota, la historia oficial acusa a los indígenas como causantes de ella. Entre muchos, Ricardo Palma fue el portavoz de la interpretación de la élite que se perdió la guerra porque los soldados indígenas abandonaban el campo de batalla y no tenían conciencia de la existencia de la nación peruana. Así como los mestizos quechuas representaron la tragedia nacional de la Guerra del Pacífico, en el futuro se tendrá una danza que nos dé su interpretación y recuerde la catástrofe que ha ocasionado el neoliberalismo en el Perú desde 1980 hasta nuestros días. Los personajes de la danza y las actitudes de políticos actuales y grupos de poder más las situaciones económicas y sociales son increíblemente parecidos. Los comportamientos hedonistas y sibaríticos se han mantenido en ciento treinta años. Mientras en el siglo XIX se tenía su ejército invasor que incendiaba y saqueaba, en estas últimas décadas son las corporaciones chilenas que se adueñan de medio Perú. Los agentes del neoliberalismo peruano, aparte de haber puesto en marcha la peor gestión corrupta y entreguista de los recursos naturales y humanos, han iniciado una política de olvido de las guerras del Pacífico y de la guerra interna que desangró al Perú en los ochenta. La firma de un tratado comercial antidemocrático con el gobierno chileno en el que se cometen todas las irregularidades posibles y el rechazo de una donación del gobierno alemán para la construcción de un museo de la memoria son las acciones más destacadas de este gobierno. Pero no nos preocupemos demasiado sobre esta política de olvido neoliberal. La música y la danza andinas ya están dando cuenta de los efectos del neoliberalismo que se difunden en circuitos alternativos no oficiales. En ellos se conserva la memoria histórica que se quiere hacer desaparecer también con la publicación de textos escolares sesgados y el rechazo inicial a la construcción del museo. Parece que finalmente se va a aceptar la donación. Pero se ha formado una comisión para su administración bastante discutible que hace dudar sobre qué memorias se van a preservar.

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