8.5.12

Peter Brook. Dramaturgo.



Peter Brook

"En el origen fue la estupidez, no el pecado"

Benjamín G. ROSADO 

El gran maestro de la escena de los últimos 50 años vuelve sobre el texto de 'The Suit', de Can Themba, dentro de la programación del Festival de Otoño en Primavera de Madrid, que arranca este miércoles. A sus 87 años, Peter Brook confiesa a El Cultural su interés por seguir investigando “hasta que el teatro decida”. En su XXIX edición, el Festival, que ha visto reducido su presupuesto a la mitad, ha invitado a otros grandes nombres del teatro internacional (Robert Lepage, Patrice Chéreau...) y a reputadas compañías, como La Comédie-Française, Complicité y DV8.


Antes de empezar a dirigir con 22 años la Royal Opera House, Peter Brook (Londres, 1925) quiso ser diplomático, corresponsal de prensa y hasta agente secreto. A sus 87 años reconoce que el teatro le ha servido como excusa para no tener que descartar ninguna de aquellas opciones. “Todas tienen en común la imaginación, que es el único sustrato de mi teatro”. Al frente todavía del Centro Internacional para la Investigación Teatral de París, Brook lo abarca todo: desde los rituales sagrados “que hacen encarnar lo invisible” hasta un teatro más urgente y cotidiano: “Las elecciones francesas han sido pura tragedia shakespeariana. Si analizamos el sangriento duelo de los Montescos y los Capuletos entendemos mejor la brecha que hoy divide Francia y la diarrea verbal de sus políticos”.

Hace unos meses que el gran metteur en scène se pasea por el parisino Boulevard de la Chapelle liberado de la rutina que cada mañana le llevaba a las puertas del Théâtre des Bouffes du Nord. Entre sus reducidos bastidores ha cocinado buena parte de la vanguardia escénica de los últimos 35 años, cuyas recetas han quedado recogidas en El espacio vacío. El propio Brook se encargó de la restauración y reapertura en 1974 de este pequeño teatro del siglo XIX. Apenas cuenta con 500 butacas, pero sus sucesores en la dirección desde 2010, Olivier Mantéi y Olivier Poubelle, no dudan en ampliar el aforo esparciendo cojines por los pasillos. Lo hicieron durante el concierto que ofreció Gustav Leonhardt días antes de su muerte y también en la última función de Una flauta mágica, con la que Brook se despidió de la casa. Quiso que el título fuera “una” y no “la” pero consiguió lo más difícil: que no sonara a “cualquier” flauta.

En aquel espectáculo está el origen del proyecto que lo trae de vuelta a Madrid del 9 al 15 de mayo dentro de la programación del Festival de Otoño en Primavera. En aquella ocasión invocó a Mozart junto a dos de sus colaboradores habituales, Marie-Hélène Estienne y Franck Krawczyk, y con ellos comparte ahora la dirección de The Suit (El traje) de Can Themba. Entre los tres se reparten las esencias de un texto (la infidelidad de una mujer y la penitencia de alimentar el traje de su malogrado amante) que no sirve sino de pretexto al apartheid y “a la miseria humana que vivió Sudáfrica durante décadas”.

Fiel a sus principios y a sus proporciones (economía de medios, derroche de ingenio), Peter Brook no se preocupa tanto de los protagonistas de la historia como del propio autor de la obra, que murió joven y en el más cruel de los anonimatos. Hace años que Brook introdujo a Themba en la mejores salas del mundo con Le Costume, la versión francesa del título. Si ha decidido volver sobre el mismo tema (es esta nueva producción en inglés con subtítulos) es porque “sigue habiendo tanto teatro por descubrir como en los años cincuenta” y también porque está convencido de que la música (guitarra, piano y trompeta) aporta una nueva dimensión al texto. Poco más que añadir: “El teatro es como el silencio. Cuando se habla de él desaparece”.

-Con tantos títulos y autores por hacer, ¿por qué decide volver sobre The Suite?
-En realidad fue Marie-Hélène Estienne la que me lo propuso tras una serie de reflexiones en torno al lenguaje, al color y a la forma que me parecieron muy oportunas. Con Krawczyk había trabajado los sonetos shakespearianos de Love Is My Sin, donde él mismo se encargó de componer la música y de tocar el piano. Entre los tres funcionamos como un cerebro, en el sentido de que no hay compartimentos estancos, sino que todo está relacionado con todo.

-¿En qué han consistido los cambios respecto a Le Costume?
-Hemos trabajado más el trasfondo sociopolítico. No a la manera desfasada de los agitprop, pero sí con la idea de despertar las conciencias, de hacer sentir al espectador la tiranía de los gobiernos. El gran mérito de Themba es que refleja la monstruosidad de la segregación racial desde la intimidad de una pareja. De sus problemas de convivencia y de sus disparatadas soluciones se destila el horror que padecen los negros. La música sirve de veneno y de antídoto. Al mismo tiempo que agudiza los sentidos nos protege de la ira y la frustración a la que nos someten los medios de comunicación. En Le Costume había música sobre el escenario, pero esta vez se trata de una versión genuina de teatro musical. Ésas fueron las palabras que empleó Mozart para referirse a lo que luego se llamaría ópera.

-¿Funciona mejor el texto en inglés?
-No creo que se haya visto afectado, aunque disfruto mucho escuchando a Philomen y Matilda en la lengua en la que pienso y sueño.

-¿Quién es Themba al lado de Chéjov, Shakespeare, Beckett o Mozart?
-Me parece cruel plantearlo en esos términos. Themba fue una estrella que no tuvo tiempo de brillar. Le prohibieron publicar por el color de su piel. Escribía en casa breves relatos, a veces cuentos y textos periodísticos para Drum Magazine. Lo que me atrae de él no es lo que fue sino lo que pudo llegar a ser y los motivos que se lo impidieron.

-Los drum boys popularizaron aquello de “vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver”. ¿Qué hay detrás de esa transgresora máxima?
-Es la filosofía de vida de quienes no tienen alternativa. Los drum boys no imaginaban que un día llegaría un Mandela para liberarlos, que podrían pasear tranquilos por las calles de Johannesburgo y votar a su presidente. Antes de que hubiera gente como el político Frederik de Klerk, Drum Magazine recogía el sufrimiento de los negros bajo el yugo del apartheid. Pero si hay algo que caracteriza a los africanos es su espíritu de lucha y su sentido del humor. Quieren vivir de la manera más intensa y auténtica posible, sin dejar de bailar, sin dejar de reír. Es su manera de decir: “Jodeos todos, ésta es nuestra forma de vida”. Nada ni nadie les ha impedido seguir soñando.

-Tanto es así que cuando Themba terminó de escribir The Suit le dijo a su mujer: “Cariño, vamos a ser ricos”.
-Así es. Lo peor es que podría haber sido cierto si durante su exilio en Suazilandia hubiera tenido al menos la posibilidad de publicar. Pero ni siquiera se le concedió ese privilegio. En esas condiciones, decidió beber hasta morir. Sin dinero, sin éxito.

-¿Qué significan esas palabras para usted?
-El éxito como método trascendental no sirve de nada. Sólo en el sentido más pragmático del término nos permite llevar el tipo de vida que deseamos. La fama es como una silla en la que te sientas o como el teléfono con el que hablas. Jamás he sacrificado nada por alcanzarla.

-No sé si sabe que la última función de The Suit coincide con el primer aniversario del Movimiento 15-M.
-Los indignados son la prueba de que el mundo puede y debe cambiar cada día, cada minuto. La primavera árabe, de la que también se cumple un año, se estudiará algún día en los libros de Historia. A pesar del rigor de los periodistas a la hora de simplificar la información, se trata de acontecimientos tremendamente complejos que nos devuelven a los tiempos prebíblicos y demuestran que en el origen no fue el pecado sino la estupidez humana, ésa que nos hace creernos superiores a los demás.

-Las tecnologías han jugado un papel clave en estas revoluciones. ¿Se resiste a incorporarlas a su teatro?
-En el teatro lo nuevo corre el riesgo de convertirse rápidamente en cliché. Ha pasado con el sexo, con los desnudos y podría ser el caso de las pantallas y las proyecciones.

-¿Ha marcado Bouffes du Nord el final de algo?
-En absoluto. La vida continúa, las fórmulas cambian. Sigo interesado en acercar el teatro hablado a la experiencia musical. Tengo claro que será el teatro el que me retire a mí y no al revés. Ahora trabajo con mi hijo [Simon Brook] en un interesante documental para la televisión francesa. Grabamos diferentes ensayos teatrales, abordando los problemas actuales de la escena con imágenes, a salvo de las soporíferas dialécticas de siempre.

-Península acaba de reeditar El espacio vacío. Si tuviera ocasión de añadir hoy un capítulo, ¿qué temas trataría?
-No cambiaría ni añadiría nada. Si acaso subrayaría una frase que escribí en la última página, que dice: “En el teatro la verdad está siempre en movimiento. Por eso cuando lea usted estas páginas el libro ya habrá quedado atrasado”.

No hay comentarios: