28.9.09

Primer comentario sobre mi primer libro Arquitectura del espanto (1988)

La Arquitectura poética de Domingo de Ramos Por Hildebrando Pérez G. Qué lejos estamos de aquel sortilegio verbal con el que Valdelomar seducía a sus coetáneos : Lima es el Jirón de la Unión, etc. En ese entonces, la ciudad tenía sus fronteras bien delimitadas, y el escritor podía darse el lujo de expresar su vanidad provinciana. Ahora sería ridículo enarbolar esa frase: Lima ha cambiado…y algunos escritores también. No es que nuestra ciudad se haya convertido hoy en día en una suerte de borrador del infierno, pero por allí andamos. Como toda ciudad del tercer mundo que se respeta nuestra capital crece inorgánicamente, repitiendo de manera candorosa todos los vicios y las virtudes de otras urbes contemporáneas. Y naturalmente un auténtico poeta de nuestros días responde fielmente al esplendor y la miseria de nuestro medio. Domingo de Ramos (Ica,1960), no vive en el Jirón de la Unión. Y ni de lejos se parece a Valdelomar. Sin embargo, qué semejante es el espanto que les produce Lima: la ciudad de los tísicos (Valdelomar) “mejor sería largarnos/de esta ciudad a la que nunca pertenecimos” (De Ramos). Hace un tiempo, con motivo de la edición de la antología La Última Cena, habíamos leído una dolida confesión del poeta: “Yo nunca he podido escribir un poema de amor por más que lo he intentado”. Podríamos afirmar que Arquitectura del espanto, desdice felizmente a su autor. El libro es una prueba de amor a la marginalidad. Y más que un canto, el libro es el aullido estremecedor de “un animal acorralado por el fuego”. Por otro lado recordamos también que el poeta sostenía que escribe por necesidad, que escribe por compulsión. Y que su deseo de perfección, su búsqueda de la belleza inefable lo lleva a pensar que un poema nunca está acabado. Veamos si estas aseveraciones se cumplen en su primer libro, publicado bajo el sello elocuente de “Asaltoalcielo” (Lima, 1988). En primer lugar, la dicción de su escritura recoge, en forma notable, la riquísima realidad verbal de nuestro entorno social. Sus giros idiomáticos más relevantes son cosechas personales del coloquialismos, que, ahora, al parecer, ingresa a una fase crepuscular en la poesía peruana. A nuestro modo de ver, De Ramos no arriesga mucho a nivel de lenguaje. Ha sabido, sí, recoger los frutos de la época, dándoles un sabor más subjetivo. El autor de Arquitectura del espanto no se inscribe precisamente en la tradición española que más o menos aún tiene vigencia en algunas voces de la poesía peruana. Más cerca está de la sensualidad de una imagen bien perfilada, de la intención de poetizar lo cotidiano y del uso de la oralidad de la lengua que en gran medida caracterizaban a la penúltima poesía norteamericana. La desesperación, la angustia existencial, los traumas, la frustración y la rabia de los marginales y desposeídos los asume el poeta no para inmolarse masoquistamente, sino más bien como una manera de protestar contra tanta infamia. Para el poeta Domingo de Ramos la ciudad no es el manoseado puente, ni el río, ni la alameda. La ciudad es un cepo gigantesco donde los desheredados sobreviven a sus miserias, a la antropofagia que auspicia nuestra modernidad. Otra lectura de esta obra primigenia, es aterradora: sobre todo cuando se trata de la búsqueda de nuestra identidad gelatinosa, de malagua hirviente. Domingo de Ramos nos habla desde una identidad incumplida, no resuelta. Nuestra identidad, parece decir el poeta, está en discordia. Peor aún: gestándose en un espacio donde impera la violencia, en un ámbito donde no hay lugar para la esperanza. La angustia de vivir bajo un cielo implacable, resistir el horror de la alienación, y el deseo de instaurar un orden nuevo son las bases sobre la que se levanta la arquitectura de un texto del poeta, quien fuera, hasta no hace mucho, uno de los activistas del Movimiento Kloaka (grupo puntal de los años ochentas. 1982-1984). La estrategia poética de Domingo de Ramos, es escribir para cuestionar la realidad represiva. Y la riqueza y colorido violento de su lenguaje a ratos áspero, sin dejar de ser tierno, a la vez, nos revela un trabajo paciente sobre la página en blanco. Sin embargo todavía hay mucho por hacer entonces, solo entonces, Domingo de Ramos nos ofrecerá una obra de mayor trascendencia en el futuro más próximo. Con Domingo de Ramos, habla la ciudad. Pero no aquella con olor a naftalina. Con el poeta habla una ciudad nueva, hasta hace poco inédita para muchos: una ciudad múltiple y única, sórdida y luminosa. En fin: una ciudad sublevante. *Docente, escritor y poeta de la UNMSM. Escrito para una revista sanmarquina Estación Reunida, Artes y letras. Lima verano-otoño 1989.

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