29.7.10

GUILLERMO CABRERA INFANTE Gary Cooper, el vaquero de Iowa que conquistó Hollywood, cumpliría el lunes cien años, pero el cáncer se lo llevó hace cuatro décadas. En la ficción fue el hombre lacónico y apegado a sus principios, pionero de toda una estirpe de actores formada por nombres como James Stewart, Henry Fonda o Clint Eastwood. Idealizado como actor de westerns (El forastero, Solo ante el peligro), también resplandeció en dramas (El orgullo de los Yankees) y comedias (Bola de fuego, Ariane). Hoy EL CULTURAL recuerda al actor hecho mito de la mano del escritor Guillermo Cabrera Infante y los críticos Jorge Berlanga y Miguel Marías. Gary, llamado en realidad Frank, Cooper, el más americano de los actores de Hollywood, era hijo de padres ingleses y su educación primaria la hizo en Inglaterra. El actor que hizo del yep su forma de decir sí (nunca otro actor pudo decirlo sin parecer imitarlo), el hombre del oeste ideal, es decir el vaquero por antonomasia, era un hombre elegante, sofisticado y, ¡asombro!, urbano. Pero fue llamado Frank en homenaje al más reticente hermano de Jesse James y vino a Hollywood para entrar por la puerta estrecha de los stuntmen (llamados dobles y también especialistas) como un espléndido jinete. Fue su elegancia al montar a caballo vagamente disfrazado de cowboy y su estatura (medía casi dos metros) y su belleza lo que lo distinguieron del multitudinario elenco de los extras. Surgió de este mundo anónimo, donde hizo casi cincuenta películas como ente indiscernible, en The Winning of Barbara Worth (Flor del desierto), dirigida por uno de los grandes de Hollywood, Henry King, injustamente olvidado siempre por los críticos. (Otro director que favoreció a Cooper, Hanry Hathaway, fue sistemáticamente eliminado de las listas de Los Grandes). Su agente Nan Collins (que pasó a la historia del cine por serlo) le cambió el nombre para Gary, casi un homenaje a la ciudad, entonces un pueblo de Indiana, en que nació Cooper. Después de innumera veces de, como dice el crítico René Jordán, “galopar hacia la cámara, mirar a sus posibles espectadores y caer entonces de su caballo”, Gary Cooper “me cogió el ojo”, como dijo el malaprópico productor Sam Goldwyn, y lo vigiló en su vigilia de un solo ojo para darle un papel importante -después de haber sido protegido por otra mujer, la guionista Frances Marion (Gary Cooper siempre fue favorito de las mujeres, en la vida y en esa otra vida suya en la pantalla). Su verdadero comienzo ocurrió en El último forajido, donde compartió reparto con la voluptuosa y fatal Thelma Todd y, ¡sorpresa!, William Powell, que no era más que un íntimo villano. De cowboy pasó a ser playboy en Hijos del divorcio. Era, por supuesto, tan lacrimógena como una cebolla y hecha tan rápido como permitían los 18 cuadros por segundo del cine silente. Al rodarla hubo que hacerle a Cooper veintitrés tomas, pero su compañera de reparto, la picante Clara Bow, se tomó mucho menos tiempo para meterlo en su cama, mientras el director Frank Lloyd, menos romántico, declaró: “Voy a hacer de Cooper una estrella aunque tenga que romperle el lomo”. (Que no es una mala metáfora, siendo Cooper como era un hombre de caballos). Pero fue el director Joseph von Sternberg (más adelante) quien terminó la película, con Cooper tan alto como era aterrado por el menudo Sternberg. Se llevaba mucho mejor con otra estrella pequeña, Clara Bow, con quien tuvo un romance, sonado aún para el cine mudo. Pero fue La Bow quien lo introdujo en su próxima película, una obra maestra dirigida por William Wellman llamada Alas. Cooper aparecía y desaparecía con igual velocidad, pero su veloz tránsito dejó ver que ya Gary Cooper era todo un actor y que bien podía olvidarse de lo que lo trajo a Los Angeles -y no fue Hollywood sino su obsesión de ser un caricaturista de un diario nacional. Cooper había probado su madera de actor después de tocar madera y haber aparecido con el gran Ronald Colman y las estrellas silentes Vilma Bankly, Richard Arlan y Antonio Moreno. (En It, donde la muchacha que tenía it era Clara Bow, de la que Cooper pasó mucho trabajo para deshacerse de ella. Es obvio que era Cooper quien tenía el it). Después hizo Beau Sabreur, émula de Beau Geste, título que fue uno de sus grandes éxitos en su versión hablada de 1939. (En Beau Sabreur, Cooper tenía nombre de vino: Henri de Beaujolais). Luego estuvo en The Shopworn Angel. En su versión hablada de 1938 la estrella era su epígono y amigo James Stewart. Hablando de epígonos, sin Gary Cooper nunca habría existido James Stewart, pero tampoco Henry Fonda y todos esos galanes lacónicos que llegan hasta Clint Eastwood. La imitación del modo de caminar de Gary Cooper es típica de los actores muy altos, que se ven obligados a manejar las piernas como si les fuera difícil caminar, pero que crea un estilo de moverse. Un crítico sagaz, Juan Cueto, cuenta que vio varias veces Solo ante el peligro ¡sólo por mirar a Cooper caminar! Su gran momento sin embargo llegó con El virginiano, basada en la novela homónima de Owen Wister, un clásico del oeste como libro, como film y hasta como serie de televisión. Aquí Cooper, jugando a las cartas contra el villano Trampas (encarnado por ese gran actor que fue Walter Huston, padre de John y abuelo de Anjélica), que en un momento de una mala jugada dice una mala palabra que hace de Cooper un canino, dice éste, apenas un murmullo en su primera película (mal) hablada: “Cuando quiera llamarme así, sonría”. La cinta está llena de murmullos y de música de yeps, que a veces Cooper varía hasta murmurar nope. Ya aquí Gary Cooper había depurado su técnica hasta alcanzar su estilo, que consistía en actuar para la cámara y murmurar al micrófono. Todos sus primeros directores desesperaban porque no sólo no veían a Cooper actuar, sino que ni siquiera entendían lo que decía. Verlo desde detrás del director era ver un actor que no actuaba. Grande sería la sorpresa durante la visión de los rushes (tomas diarias) y ver que Gary Cooper, que nunca había asistido a una escuela de actuación y esa escuela de escándalos voceados que era el teatro, creaba toda una escuela de héroes lacónicos. Luego explicaron que su estilo eran sus ojos y el director Anthony Mann elaboró la “teoría de los ojos claros”, que parecía ser una recitación en inglés de aquellos versos que dicen “ojos claros, serenos” -aplicados por supuesto a hombres, casi todos los machos del cine y otros tantos epígonos: James Stewart, John Wayne, Burt Lancaster, Henry Fonda, Paul Newman, Charlton Heston y esa bala perdida que es todavía Peter O" Toole. Luego, como siempre, Howard Hawks se apropiaría de esta teoría aria (con un judío por el medio, Paul Newman) y la limitaría a los ojos azules -olvidando que uno de sus actores favoritos fue el ojinegro Cary Grant, originalmente llamado Archibald Leach. (Por cierto el epónimo Cary, fíjense bien, viene de Gary). Ahí viene Morocco y aquí llega Marlene Dietrich. En su primera película en Hollywood, dirigida por Joseph, entonces llamado Josef, von Sternberg -originalmente llamado Joe Stern. En Marruecos Marlene Diestrich es la devoradora de hombres (y una que otra mujer) y Gary Cooper es, por primera vez en su carrera, un matador de mujeres -que lo fue en la vida real. Después de Clara Bow, vino Lupe Vélez, llamada The Mexican Spitfire, apodo que luego se aplicó a un caza inglés en los años cuarenta. Sólo que Lupe era mexicana y armaba guerra ella sola. Todavía en Morocco, Cooper vuelve loca (que no viene de lacónica) a Marlene hasta que como gran finale la Dietrich decide seguir a Cooper (un legionario cuyas amantes hacen legión) desierto abajo y para ponerse cómoda se quita los zapatos y corre descalza por las cálidas arenas -que se harán candentes al mediodía. Pero no importa: más quema el fuego uterino. City Streets (Las calles del hampa) fue dirigida por el afamado armenio Rouben Mamoulian, pero escrita por Dashiell Hammett, el autor de El halcón maltés. The Maltese Falcon, hecha dos veces en los años treinta y rehecha en 1941 por John Huston, con Humphrey Bogart. Pero el actor ideal para encarnar al “diablo rubio” que era Sam Spade fue Gary Cooper. Bogart nunca fue alto y rubio ni las mujeres se perdían por Bogey. Gary Cooper, al contrario, tuvo innúmeros enlaces legales y muchas mujeres de amantes, casi todas actrices que van de Clara Bow a Grace Kelly, ya casi anciano. Lo que King Vidor llamó “su reticencia natural” resultaba un valor añadido a su belleza y elegancia. Como coincidencia en otra de sus películas dirigidas por King Vidor, The Fountainhead (El manantial) tuvo como pareja dispareja a Patricia Neal, una de las mujeres más atractivas pero también más elusivas de Hollywood. El romance duró más que el rodaje de esta obra maestra atacada por los críticos como Gary Cooper arquitecto atacaba por los edificios feos: con bombas. Pero Patricia Neal resultó dinamita para Cooper, que hizo tambalear su matrimonio, quien no llegó a divorciarse de su mujer Rocky, que se negó al divorcio porque era una católica enragée: religiosa y rabiosa a la vez. Su amigo Ernest Hemingway (se habían conocido después que Cooper había sido el héroe hemingwayeano en Adiós a las armas, que casi había sido un adiós a las almas por sus diversos y dispares finales). Pero Hemingway, a pesar de todo, la consideraba la mejor película hecha con una obra suya. (Se equivocaba EH -la mejor película fue Los asesinos, basada en uno de sus cuentos maestros). Cooper visitó a Hemingway en su finca de La Habana y se fueron de cacería a Idaho varias veces. En su última visita a La Habana se le vio con una cara de la que se le había ido la belleza y lucía abotargado, casi abofado. No era la edad sino una cirugía plástica que salió mal. Así hizo todavía dos o tres películas porque su vida era actuar. Cooper había creado un canon al que siguieron muchas estrellas masculinas y con su arte fílmico era uno de los pocos actores que en el cine han sido que no había hecho teatro ni estudiado en ninguna academia: había nacido para el cine y su economía de gestos y sus pocas palabras eran ideales para la pantalla. Como sus muchas mujeres, la cámara lo amaba. Entre sus películas había unas cuantas obras maestras. La más temprana fue Mr. Deeds Goes to Town para Frank Capra, donde el diminuto director y el alto actor crearon la comedia social. En La octava mujer de Barbazul (y hay que notar cuántos de sus títulos incluían la palabra mujer) actuó para Ernst Lubitsch, el genio de la comedia austriaco, acompañado por la extraordinaria comedianta Claudette Colbert y con un guión de Billy Wilder (el primero de una serie) hacía de un Don Juan demasiado frecuente. The Westerner dirigida por William Wyler (no confundir con Billy Wilder quien advertido del despropósito de usar su nombre, dijo típico: "Wyler, Wilder, ¿qué más da?”). Fue uno de sus mejores oestes. Meet John Doe, de nuevo para Capra con otra comedia social -esta vez también sátira política. El sargento York en que fue una encarnación diversa sobre la biografía del soldado más decorado de la Primera Guerra Mundial, dirigida por Howard Hawks. También para Hawks fue otra comedia maestra, Bola de fuego, haciendo de profesor chiflado para una Barbara Stanwyck, la encarnación del deseo, con guión de Billy Wilder. En El orgullo de los Yankees hacía de Lou Gehrig, uno de los peloteros más famosos de la historia del béisbol. Gehrig era zurdo, Cooper derecho y para crear la ilusión del jugador zurdo Cooper jugaba derecho y la cámara invertía sus movimientos hasta hacerlo parecer zurdo. Cooper pronunciaba aquí la conmovedora frase de despedida de Gehrig -que haría suya al despedirse del cine y de un homenaje de sus pares*. Esta película le consiguió una de sus muchas nominaciones al Oscar -que ganaría dos veces, con El sargento York y Solo ante el peligro. En esta High Noon se le veía envejecido antes de tiempo, pero con una actuación heroica y menos lacónica que en otros oestes. Su trágica determinación de librar al pueblo de que había sido sheriff fue casi un solo de Cooper ante la muerte inminente a manos de un forajido recién salido de la cárcel a la que le mandó Cooper. De nuevo reunido con Wilder, esta vez como guionista y director, en Ariane, haciendo casi un Humbert Humbert para la Lolita romántica de Audrey Hepburn, exhibía teórico un álbum de amantes como había tenido en la práctica de su vida amorosa. El año anterior había completado The Friendly Persuasion para su viejo amigo William Wyler. En 10 North Frederick hizo casi un papel romántico y a la vez cruelmente real, como el hombre ya más allá del otoño de su vida que encuentra la primavera del amor en Suzy Parker, que había sido una de las modelos más bellas de la moda internacional. Después hubo algunas películas de mérito como El hombre del Oeste, El árbol del ahorcado y They Came to Cordura, en que Cooper era la cordura frente a la vesania de unos pocos. Misterio en el barco perdido precedió a otras mediocridades indignas de su arte y de su nombre y hasta hizo cameos y apariciones afortunadamente fugaces. El 13 de mayo de 1961, días después de haber cumplido 60 años, Cooper, que se había convertido en un hombre religioso (incluso visitó al papa) entregó su alma a su Creador. Los actores mueren mil veces en el cine pero el hombre muere sólo una vez en la vida. *La frase dicha por Lou Gehrig en su despedida del béisbol y luego apropiada por Gary Cooper es patética porque es una declaración in articulo mortis: "Me considero hoy el hombre más feliz en la faz de la tierra".

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