6.9.10

Ricardo Piglia

"Escribir es buscar en la oscuridad la música del lenguaje" Alberto OJEDA de El Cutural. No pude encontrarlo en su oficina hace dos años cuando estuve en la Universidad de Princeton junto con el poeta Róger Santiváñez. Aquí reproduzco una entrevista última. Ricardo Piglia lleva ya varios años instalado en uno de los peldaños más altos de la literatura argentina (“la más dinámica y compleja del ámbito hispánico”, según el crítico Ignacio Echevarría). Polémicas por premios amañados aparte (fue condenado judicialmente por arreglar su victoria en el Planeta de Argentina), pocos dudan de su magníficas facultades como narrador, demostrada en novelas como La ciudad ausente (1992) o Plata quemada (1997). Ahora llega a las librerías Blanco nocturno (Anagrama), libro decantado por los años (más de 20), cuya escritura Piglia ha abandonado y retomado en diversas ocasiones. El resultado es una novela negra con el sello inconfundible del autor argentino: una narración embalada, que salta de un personaje a otro y se sostiene sobre un lenguaje directo y preciso, propio de una crónica periodística. Desde su casa en Buenos Aires precisa por teléfono que la intriga policial, ambientada en un pueblo hermético de la pampa, no es más que una excusa para narrar un viejo conflicto: el que mantiene el hombre que sueña con la realidad que le circunda. Pregunta.- Empecemos por el título: Blanco nocturno. Enigmático, ¿no? Respuesta.- Sí, creo que los buenos títulos deben ser así, ambiguos. Cada lector, a medida que avanza en la lectura, debe construir o descifrar su sentido. La idea de origen la tomo de la guerra de las Malvinas, en la que los ingleses utilizaban unos anteojos con infrarrojos que les permitían ver en la noche. Los pobres soldados argentinos eran cazados como conejos en la oscuridad. Aquí los conejos serían en un principio los protagonistas, primero Tony Durán y luego Luca. También está el hecho de que la noche en la pampa no es negra, sino gris, con la mezcla de la luna y llanura. P.- “Toda página que no tiene más de cinco notas al pie es de una novela”. Esa definición del género novelístico, que le enseñaron en la universidad, se le quedó grabada para siempre. ¿Ha encontrado con el tiempo alguna mejor? R.- No, sigue siendo la mejor. Me la enseñó uno de mis profesores cuando estudiaba Historia. Él nos llevaba al archivo y nos decía eso, con voz altisonante, dando a entender que los textos que no tuvieran notas al pie eran habladurías, invenciones, que no merecían la pena... P.- Y por eso ha salpicado esta novela con un montón de ellas, para que nadie piense que no merece la pena... R.- (Risas) Ya en el 75 publiqué una novela corta con muchas notas. Es una fórmula narrativa que siempre me interesó, como una narración soterrada que discurre por debajo de la principal y crea un contraste con ella. También me gusta que las notas posean una unidad por sí mismas, como si fueran pequeños relatos individuales. Además, todo escritor quiere que la realidad se abra un hueco en sus ficciones. Creo que para contar una historia lo más imaginativa y libre posible es necesario hay que asentarla en un territorio muy preciso. P.- Por cierto, ¿es Adrogué, su pueblo natal, el lugar donde transcurre la historia? R.- Adrogué está a unos 50 kilómetros al sur de Buenos Aires. La historia en realidad se desarrolla más al sur todavía, a unos 100 kilómetros de la capital. Allí hay una serie de pueblos, ya en el interior de la pampa y muy distanciados entre sí, que surgieron a mitad del siglo XIX como avanzada en la lucha contra el indio. Son lugares muy interesantes, encerrados en sí mismos. Ahí está ubicada la historia, en concreto en Bolívar, un pueblo en el que pasaba los veranos durante la infancia. P.- Suele arrancar la narración a mitad de camino de la trama. En Blanco nocturno también. ¿Tiene claro cuando empieza a escribir en esa posición intermedia la resolución del crimen? R.- Sí, tenía claro el autor y la motivación del crimen. Pero no quería que el narrador lo dijera expresamente, sino que fuera discutido por los personajes. En general no construyo grandes planes. Empiezo con los personajes y a partir de ello elaboro la intriga policial, que no es en Blanco nocturno lo más importante. Lo esencial es la historia de un hombre que percibe una ilusión pero choca con la realidad. P.- En un cuento suyo un personaje decía que narrar es como jugar al póquer: hay que parecer mentiroso cuando se dice la verdad. ¿Lo suscribe? R.- El campo de la novela es la incertidumbre, trabaja la relación entre la mentira y la verdad, con las cartas muchas veces tapadas. En esta novela esto es fundamental, porque se juega mucho sobre quién dice la verdad y quién miente; y sobre los chismes y las calumnias que surgen en el pueblo sin fundamento en hechos reales... Esa tensión entre mentira y verdad es también clave en el póquer. Escribir es muy parecido a este juego de naipes, por tanto. P.- Tony Durán, protagonista en el primer tramo de la novela, dice que las historias de las personas son casi todas iguales, que sólo se diferencian por los enemigos. Ha muerto hace poco uno suyo: Fogwill. ¿Cómo valora su obra en el marco de literatura argentina? R.- Yo no lo consideraba enemigo, quizá él a mí sí. Deja una obra que todos valoramos. A mí me interesa sobre todo su volumen de Cuentos completos. Él se creó una imagen como polemista profesional, pero nosotros no le tomábamos demasiado en serio. Era entrañable. Su muerte es una pena porque era una persona muy activa en la vida cultural argentina. P.- Dice que lo esencial en un escritor no es el estilo sino el tono. ¿Cuál es la diferencia? R.- El tono en la relación que mantiene el narrador la historia que cuenta. Puede contar en primera o tercera persona pero puede tener una relación de indignidad, de perplejidad, de armonía... El tono lo marca ese vínculo, y también la velocidad de la narración. Mientras que el estilo es el modo en que uno cuida las palabras. Lo óptimo es que el estilo se ponga al servicio del tono. Por ejemplo, el narrador que cuenta las historias de Faulkner de repente parece que está como borracho, y el relato aparece confuso, con saltos bruscos en el tiempo, el narrador se distancia de los hechos narrados y el estilo se adapta. P.- ¿Y cómo describiría el tono Piglia? R.- Esta novela arranca con un tono irónico y luego se torna más trágico. No soy yo el más indicado para describir mi tono. Diría que intento crear una prosa con un ritmo rápido y que la narración se mueva entre los personajes. Me gusta darle la voz a ellos. A veces el personaje se vuelve narrador. Pero uno siempre se queda lejos de lo que busca. Los escritores nos movemos a ciegas tratando de encontrar la música del lenguaje. P.- ¿En su labor docente en los Estados Unidos ha apreciado algún tic recurrente entre sus alumnos a la hora de asimilar la literatura iberoamericana? R.- Sobre todo que su primera percepción todavía se asienta sobre la base del realismo mágico. Yo me esfuerzo por mostrarle la diversidad de tradiciones culturales presente en Latinoamérica, las diferencias entre el Caribe, el Río de la Plata, México, la región andina... Compartimos una misma lengua y hemos compartido experiencias políticas y sociales, pero el sustrato cultural varía, dependiendo de factores como la inmigración o la manera de asimilar la tradición española. Ellos tienden a ver el mundo del Caribe y sus particularidades como el modelo general de Latinoamérica. P.- Se esfuerza en mostrar esa diversidad, pero en alguna ocasión ha lamentado que los escritores iberoamericanos se pueden confundir unos con otros... R.- Es un problema más bien de la literatura en lengua castellana. Sí, hay una homogeneidad que, creo, responde a ciertas tentaciones del mercado y de estrategias comerciales que de pronto piden determinados temas o épocas... P.- ¿Cree que Bolaño es el autor iberoamericano que más se lee en Estados Unidos? R.- Sí, estoy casi seguro, aunque no tengo datos. Es una circunstancia muy auspiciosa que su obra se difunda, porque Bolaño es la contraparte precisamente de esa versión homogénea de la literatura iberoamericana. Nació en Chile, pero se crió en México, vivió en España y siempre estuvo muy conectado con Argentina. Él se ha hecho cargo en su escritura de tradiciones múltiples y es un novelista muy contemporáneo, que no responde a ningún cliché de escritor latinoamericano.

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