24.2.11
La pasión destructiva es una pasión creadora.
Alexander blok
"La pasión destructiva es una pasión creadora". Bakunin
Nació el 16 de noviembre de 1880 en San Petersburgo y murió a los 41 años en 1921. Es uno de los poetas más radicales de la revolución rusa y uno de los mas importantes desde Pushkin y Maiakowski. Fue un visionario, cuyo don profético es muy notable; durante toda su vida, Blok se adelantó en algunos años a los acontecimientos que sacudieron a Rusia y al universo. Cierto, no era él el único en sentir la proximidad de los hechos apocalípticos que se aproximaban, pero ninguno de sus contemporáneos lo expreso con mayor precisión y acierto. Es fácil comprender, por lo tanto, el ascendiente de sus poesías proféticas sobre los lectores contemporáneos. Pero con los años el encanto de la predicción se pierde; lo que parecía increíble, insospechados en cierto momento de la vida social y política del país, parece lógico e inevitable, mirado desde una distancia suficiente; en consecuencia, es prematuro decir cómo lo calificarán las generaciones venideras.
La primera colección de sus poesías, Poemas de la bella dama, es el himno al divino principio femenino que no tiene nombre. Es una visión “inconcebible para el espíritu”, que se grabó para siempre en la imaginación del poeta, y cuya voz canta en su corazón, provocando una vaga expectación admirativa, y luego viene la tentación: el principio anónimo, “ella”, toma los nombres de “la reina de la pureza”, “la bella dama”, “la virgen misteriosa”. El poeta empieza a concretar lo “inconcebible”, lo cual equivale a vulgarizar el ideal que le parecía fuera de lo humano. Blok se da cuenta de que su “bella dama” es un mito, creado por su imaginación y del cual nada le queda salvo un manojo de versos, testigo de su ingenuidad.
El segundo libro, “Humillación”, Blok revuelca su amor en el lodo. Pasando de un extremo a otro, Blok afirma que “La virgen Misteriosa” es en realidad una mujer de mala vida, y su templo es un prostíbulo.
Blok nos dice “El invierno de 1911 se caracteriza por la tensión y la ansiedad interior profunda y viril. Recuerdo nuestras charlas nocturnas, cuando por primera vez se vislumbró la conciencia de la unión y oposición al miso tiempo del arte, de la vida y de la política. Pensamiento, empujado por golpes exteriores, no se contentaban ya con fundir los tres elementos…”
Después de haber numerado los diversos sucesos de la vida rusa e internacional aquel año. Blok continúa:
“Todos estos factores, que parecen tan distintos, tienen para mi un sentido musical común. Crean, conjuntamente, un solo impulso musical. A mi parecer, la expresión musical más sencilla de aquella época –cuando el mundo, alistándose para acontecimientos nunca vistos, ejercitaba, como un atleta, metódica y esforzadamente sus músculos físicos, políticos, y militares- era el yambo…”
Años después escribió “Los escitas” que fue un desafío a Europa; “una última llamada al festín de paz y de trabajo, al lúcido festín de hermanos…Y si vosotros os negáis aceptarla, no tenemos que perder, sabremos ser crueles…Escitas somos asiáticos…Durante siglos les servimos de escudo, pero han asomado otros tiempos…Rusia es la Esfinge que os mira con odio y cariño; sabemos amar como no sabéis hacerlo vosotros; nuestro amor es fuego…Lo comprendemos todo…Recordamos el infierno parisiense y la frescura veneciana; el aroma de los bosques cetrinos y los humos pesados del Rin. Eso sí, que apreciamos la carne su gusto y olor…¡Vuelve a ti viejo mundo! ¡Al festín de hermanos, al festín de paz y trabajo, te llama por última vez la lira bárbara!”
Es difícil expresar la sensación de fuerza y el espíritu indomable que emanan de esta obra profética…
Blok nos habla “Al escribir Los Doce y después de haberla terminado, percibí, durante varios días, físicamente, con el oído, un gran ruido a mi alrededor, un ruido indistinto, probablemente el del derrumbamiento del viejo universo…”
De aquellos sonidos extraños nació una obra heroica y trivial, realista y romántica, blasfema y mística, y todo ello en grado superlativo. Pinta el ambiente callejero petersburgués y la perplejidad propincua al pánico en que vivió la población de la capital durante el trágico invierno lleno de cambios que conmovieron al mundo de 1917-1918.
Así andan Los Doce, listos para todo, y no les duele nada; marcan el paso, miran por si acaso aparece el temible enemigo. Los sigue un perro hambriento con el rabo gacho, y los encabeza una bandera roja que lleva, invisible tras la borrasca, Jesucristo, coronado de un nimbo rosado.
Y con esto termina el cuento versificado de Los doce. Unos ven en ella el ensalzamiento el comunismo puro y evangélico; otros la visión de un nuevo mundo.
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